Cómo reeducar tu mente para empoderarte

Consejos prácticos para manejar tu mente.

 
Muchas canalizaciones en la nueva espiritualidad hacen hincapié en salir de la mente para escuchar el corazón y/o el cuerpo (el verdadero vehículo en esta dimensión).  La gran pregunta es: “¿Cómo hago eso?”.  La escucho continuamente en mi consulta.  Cada vez más personas están dándose cuenta de que viven en la burbuja de la mente y que no conectan con la realidad.  Están hablando con alguien y están pensando en lo que suponen que la otra persona opina de ellas o en lo que tienen que hacer después o en el recuerdo que le trajo la conversación o en todo eso, menos en la verdadera interacción que está sucediendo.
 
Darnos cuenta de este fenómeno es el primer paso.  Mientras tomemos por “normal” estar pendientes de la mente y no del cuerpo, no podremos tener una vida plena.  Luego, tenemos que aprender a vivir conscientemente.  Por más absurdo que parezca, nuestra existencia transcurre en los constructos que la mente hace de los estímulos interiores y exteriores, básicamente instalados en nuestra primera infancia.
 
El cerebro está diseñado para no gastar más energía de la necesaria; así, toma cada estímulo y lo procesa de una cierta forma… para siempre.  No es “operativo” volver a desarrollar una respuesta para algo repetitivo; por lo tanto, cuando detecta esta reincidencia, da la misma réplica invariablemente.  Esto es lo correcto para la mayoría de los procesos cotidianos pero el problema es que también funciona para lo psicológico.
 
Un determinado trauma, un pensamiento destructivo, una emoción dolorosa, una desvalorización temprana, una conducta dañina, una actitud equivocada pueden repetirse eternamente si no tomamos conciencia de su presencia y recurrencia.  Y esto significa ser testigos lo más imparciales posible del caos constante de la mente y de su relación con lo que la incita.  Cuando observamos, podemos darnos cuenta de esos círculos viciosos, que solo pueden finalizar cuando los cambiamos por otros virtuosos, que nos sirvan.


 
Reeducar una mente desbordada y anárquica no es fácil obviamente pero es la única posibilidad de tener una vida verdadera.  Debemos reconocer la importancia de vivir en el cuerpo, de captar sus mensajes,  porque solo él está en el aquí y ahora, solo él está “presente” y reaccionando a lo que realmente transcurre.  Pero, ¿qué hacemos con la mente?  También, debemos reconocer que ella no es nuestra dueña, que no es lo más importante de nuestra existencia, que es la expresión de los múltiples aspectos de nuestro ego pero que no nos define ni nos debe manejar.
 
Comprendido esto, es preciso sacarle la carga de la decisión, ya que es solamente un instrumento para que nos comuniquemos, para investigar, para que descubramos lo que hemos experimentado, asentar una perspectiva y reflexionar sobre los distintos lados de algo.    Es útil imaginar un switch, un interruptor, que le dé posibilidades; en principio, On/Off, Prendido/Apagado, cuándo debe funcionar y cuándo no.  Hay momentos en los que es necesario que el cuerpo, la intuición, tome “muestras” para decidir qué es lo mejor y la mente no debe intervenir con sus viejos programas.  Luego, puede tener sus funciones: Observar, Reflexionar, Comparar, etc.
 
¿Cómo cambiar los programas antiguos?  De nuevo, observando lo repetitivo, lo reactivo, y cambiándolo por nuevas ideas que nos empoderen.  Si nos enganchamos pensando: “Siempre me pongo nervioso y pierdo las oportunidades”, podemos reemplazarlo por: “Estoy aprendiendo a calmarme y aprovechar lo que es para mí”.  Cada vez que detectamos una reacción vieja, la cambiamos.  Ese “surco” cerebral (tipo huella del Cañón del Colorado a esta altura) que se inició en nuestra infancia debe ser redirigida a una nueva senda, elegida por nosotros ahora.
 
Respirar, sentir los pies, percibir la fortaleza del cuerpo, abrirnos al entorno son actitudes que sostienen este cambio.  Finalmente, Cuerpo, Mente y Espíritu deben ser uno y estar al servicio del Ser.  No es fácil ni se consigue inmediatamente pero es la única forma de estar verdaderamente vivos y plenos.
 

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