Caminando por la av. Cabildo, presencio esta escena al pasar: un viejito muy elegante come en una mesa a la calle, con parsimonia y placer, cuando otro viejito (un poco más joven) se acerca y le acaricia la cabeza, preguntándole: “¿Te gustó la empanada? Yo te invito”. Y me dio una ternura infinita… Esas pequeñas cosas me alegran el día…