Un consultante me contaba compungido la enorme culpa que sentía acerca de sus hijos. Continuó con la que tenía con su actual esposa. Siguió con la que tomaba por las oportunidades desperdiciadas en su trabajo. Antes de que asumiera las cargas del mundo entero, le pregunté: “¿Y qué estás haciendo con respecto a todo eso?”. No pudo responderme…
Así es la culpa. Producto de nuestra herencia judeo-cristiana, termina siendo una actitud pasiva que no le sirve a nadie. Nos han educado a través de ella desde niños, en la familia primero y en la sociedad después. Las relaciones son el terreno fértil en que más se utiliza, no solamente por la declaración abierta (“me va doler mucho si no haces…”) sino por medio de tonos de voz, miradas, indirectas, que nos hacen sentir malos, impotentes, manipulados.
Pasa de generación en generación y contribuye a la victimización generalizada. Es más fácil y cómodo sufrir por la culpa que responder por las consecuencias de nuestra conducta. Tiene más drama y parece que rinde mejor, aunque termina peor.
La culpa y la responsabilidad son generalmente excluyentes. Cuanto más prime una, más anula la otra. Si la culpa no mueve al arrepentimiento y la acción reparadora es inútil. ¿Qué significaba “arrepentimiento” inicialmente? No esa santurrona postura de golpearse el pecho para volver a hacerlo a la menor oportunidad. Era “cambiar la mente”. O sea, tomar conciencia de lo que hubiéramos hecho y adquirir una nueva forma de pensar que transforme nuestra vida hacia el mejor potencial que tenemos. Por lo tanto, no es una condena sino un aprendizaje.
Una vez que hayamos cambiado nuestra mente, podemos plasmarlo en actos nuevos. Esto involucra responsabilizarnos: responder por nuestras elecciones. ¡Qué lejos de la victimización pasiva y culposa! Ahora, podemos ser los creadores de nuestras actitudes y circunstancias.
¿Por qué nos cuesta tanto? Justamente porque significa tomar decisiones que preferimos dejar encubiertas por el sufrimiento de la culpa. Sin embargo, lo único que nos dará libertad y bienestar es ser protagonistas de nuestra vida… y dejar que los otros lo sean de las suyas. Nos engañamos y lo suplimos (haciéndonos los “buenos” y usando la culpa para ello), tomando a cargo las situaciones de los demás en lugar de ocuparnos de las propias.
Permitámonos liberar el poder que tenemos para crear vidas comprometidas y plenas. Es el mejor regalo que nos podemos dar y brindar al otro. Así, todos nos daremos cuenta de que podemos con las circunstancias que hemos convocado y que son maravillosas oportunidades para ser más fuertes, comprensivos, dichosos, cordiales, creativos, abundantes.
Pasar de sentirse culpable a responsable es un paso duro pero necesario. Implica perdonar y perdonarnos, resignificar nuestro pasado, visionar un futuro distinto, vivir en el presente, poner claridad en nuestros vínculos, asumir nuestros deseos, respetar el de los demás, creer en la felicidad, dignificar la vida, habitar en un mundo amable, sabernos Hijos de un Dios amoroso.
2 comentarios
saludos Laura, desde hace algun tiempo te leo, me gusta mucho lo que escribes, siempre me “mueves” el tapete como decimos en méxico,tocas fibras, tus palabras me llegan muy “fuerte”, es como sí llegara el mensaje, justamente en la parte que estoy trabajándo, MI RESPONSABILIDAD en mi vida…cuánta culpa cargo, me doy cuenta en las pequeñas decisiones de mi vida y que decir de las grandes decisiones…..me gustaría trabajar más con el tema de PERDONARME Y PERDONAR muchas cosas, decisiones, parejas , padres, hermanos, por lo que me gustaría preguntarte cómo comienzo conmigo?, soy muy dura conmigo y creo que no me acepto y quiero lo suficiente….
te mando muchas bendiciones, abrazos luminosos, mi cariño y gratitud por siempre.
desde la ciudad de mexico. ma. de lourdes
Hola, Lourdes!
Gracias por tus cálidas palabras y me alegra ser una ayuda para tus trabajos internos. Efectivamente, la culpa influye en toda nuestra vida, y la cargamos casi sin darnos cuenta. Es muy acertado darte cuenta de que la sanación comienza con uno mismo y perdonando/nos. Como la culpa exige castigo, lo hacemos con nosotros mismos más duramente que con cualquiera. Y a quien más castigamos es a nuestra Niña Interna, que escucha nuestras descalificaciones continuas. Por lo tanto, trátate como si fueras (porque emocionalmente lo eres) una pequeña Niña que necesita cariño, apoyo, estímulo, contención, alegría. Así, se inicia el camino.
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