Sobre apocalípsis, utopías y luchas (cotidianos)

¿Cómo crear una nueva vida, una utopía posible? Algunas reflexiones y sugerencias.

Acabo de terminar de leer el diario, en mi café favorito, y la sensación es apocalíptica (en el mal sentido).  Las “grietas”, las confrontaciones, el descuido ambiental, la violencia de toda clase, la pobreza, la carrera por el consumismo, son mundiales.  El diario chorrea sangre y dinero.

Me parece interesante la palabra que se me ocurrió para denominarla, ya que la estoy viendo bastante en las redes, con un sentido distinto al original.  Hoy estoy ideológica y divagante, así que sígueme en mi recorrido, a ver si llegamos a la misma conclusión.  En griego antiguo apocalipsis significa “descubrimiento”, “a través de lo oculto” y expresa la divulgación de un conocimiento, un levantamiento del velo de algo hermético, o sea que no tiene una connotación destructiva sino, por el contrario, la revelación de lo que no conocemos.  ¿Qué podrá ser en estos tiempos?  Asociando, últimamente pienso mucho en las utopías y distopías (su contrapartida).  Siendo una entusiasta de la ciencia-ficción, he leído mucho acerca de ambas, pero me llama la atención hace tiempo la cantidad de distopías que se producen tanto en la literatura como en el cine.

¿Qué es una utopía?  Literalmente, es “lugar irreal, no existente”.  Tienen su origen en la insatisfacción o desacuerdo con la realidad social del momento, por lo que suelen desempeñar tanto una función crítica (al denunciar las condiciones injustas) y una constructiva (al ofrecer alternativas y mostrar cómo concretarlas).  Están basadas en el bien común y en ampliar el potencial del ser humano con mejores posibilidades a las existentes.  ¿Y la distopía?  Es un relato en un lugar imaginario en el que se lleva una vida deshumanizada, donde imperan la opresión, el totalitarismo, el miedo, la destrucción y el pesimismo, sin proponer ninguna opción ideal.  Seguramente, se te presentaron muchísimas películas que muestran lo segundo y casi ninguna lo primero.

Parece que estamos en una época de enormes cambios de todo tipo y el desenlace que esperamos (porque los artistas son catalizadores del imaginario colectivo) es que termine en caos y catástrofe.  En un mundo con el mayor bienestar conjunto conocido jamás, el temor subyacente es que no lleve a nada más que al desastre.  El apocalipsis (la revelación de tanta información circulando) no tiene un buen pronóstico…

Relaciono esto con una charla reciente con una paciente joven, que me contó su discrepancia con un grupo de amigas por un tema banal, pero que remontó rápidamente a otros asuntos en largas parrafadas (por supuesto vía Whatsapp).  Ella tiende a decir lo que las demás no se atreven a expresar, así que abrió un tópico que es tabú entre ellas: nunca se muestra desacuerdo; son amigas y se apoyan, por lo que no se habla de lo que están en discordia o es molesto para cualquiera.  Esto lleva a situaciones tensas en muchos momentos, en las que ella siente que se relacionan en forma hipócrita (“políticamente correcta” se dice ahora) porque no pueden conversar de los disensos.

Encuentro que este tema es muy latinoamericano, según voy observando.  Nos cuesta mostrar y hablar sobre las diferencias: las ocultamos (callando o siendo falsamente corteses) o estallamos cuando no hay más aguante.  Como niños pequeños, tememos perder el amor y el reconocimiento del otro, así que escondemos lo que sentimos y pensamos.  Es común en sociedades jóvenes como las nuestras, a lo que habría que agregar un alto voltaje emocional, que enciende chisporroteos por cualquier tema, por lo que terminamos simuladores o agresivos, sin términos medios (como mucho, nos vamos de la relación o el lugar).

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Esta falta de aceptación de las diferencias es mundial obviamente y estamos en una encrucijada.  Es cierto que algunas sociedades son más permeables que otras; que hay leyes promoviendo grupos o actitudes (que no significa que la gente las lleve a la práctica); que existe una presión por ser inclusivo y abierto (que muchas veces es más pose que sustancia) pero subsiste una radicalización/polarización en cualquier asunto que es un claro signo del apremio por el cambio, que ambos extremos se resisten a encarar.

Con todos sus defectos, ¿creamos una nueva utopía en este presente apocalipsis (que ahora implica la guía del Ser y la interdimensionalidad como realidad verdadera)?  Debe comenzar por admitir que somos distintos e iguales; que la individualidad no es un peligro sino un regalo de diversidad para los demás; que un grupo es un conjunto con objetivos comunes pero constituido por seres con particularidades que lo enriquecen; que se puede hablar de las divergencias y que no es forzoso llegar a un acuerdo pero sí al respeto por las ideas y sentires del otro, lo que muchas veces produce una transformación espontánea, sin necesidad de pensar igual (la magia de la aceptación); que dejemos de exigirnos ser de cierta forma (como se incita desde afuera) para valorar lo que somos, hacemos y tenemos; que aprendamos a manejar al Ego (que nos maneja y maneja la sociedad) para que sea el sirviente perfecto del Ser; que usemos la conciencia como recurso de aprendizaje y renovación; que estemos en el aquí y ahora; que pongamos al amor y la colaboración como valores supremos (no el poder, el dinero y la lucha).

No pidas esto a los demás.  Empieza en ti.  Seguramente ya lo leíste: “sé el cambio que esperas ver en el mundo”.  Hazlo realidad.  Sin actitudes heroicas ni enormes, con pequeñas contribuciones cotidianas (escucharte, valorarte, ser amable, ayudar sin controlar ni invadir, meditar, buscar el bien común, reír, dejar de crear problemas que no existen, disfrutar tus relaciones, conectar con tu Ser, etc.).  Es la labor sagrada de cada día.

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