Muchas veces, creemos que “desperdiciamos” el tiempo porque no sucede nada; porque pasamos años en situaciones que luego calificamos como erradas o perniciosas; porque vivimos enojados, aburridos, sufrientes, dubitativos, sin rumbo o con rumbo dictado por otros; porque actuamos reactivamente (con lo aprendido, con lo que nos sale) en lugar de conscientemente; porque repetimos lo mismo sin parar.
Nos castigamos por eso. Duramente. Indefinidamente. ¿Y si lo miramos desde la perspectiva del Ser? Es la misma de cuando un niño está aprendiendo a caminar, por ejemplo. Se cae una y otra vez; se lastima; parece que arranca y se vuelve a desplomar; al final lo logra y quiere correr: se inicia otro ciclo de caídas y éxitos. ¿Acaso levantamos al niño para que no se lesione y lo cargamos por el resto de su vida? No, lo miramos con paciencia y cariño hasta que concluya su aprendizaje. Eso hace nuestro Ser. Sería bueno que comencemos a tratarnos amable y perseverantemente.