Hace tiempo, una consultante era muy reacia y descreída de los cambios que pudiera hacer. Ocupaba casi toda la sesión quejándose continuamente de los mismos temas. Indefectiblemente, al final, me decía: “Ah! Una pavada…” (un argentinismo por tontería, una cosa menor) y procedía a contarme algún avance que había sucedido. Nunca le daba importancia y lo contaba como algo descolgado de lo que estábamos tratando y de forma que no pudiésemos elaborarlo. Cuando me di cuenta, le hice notar sus resistencias y comenzó revertirlas poco a poco.
Observo que, de alguna forma u otra, todos hacemos lo mismo: matamos el retoño cuando está surgiendo. somos pisabrotes. La manera más usual es quitándole valor, disminuyéndolo. Generalmente, estamos esperando enormes movimientos, como si la inercia que traemos fuera a revertirse instantáneamente. Entonces, despreciamos los pequeños tránsitos como si no fuesen significativos. Sin embargo, ellos son el indicio de que estamos transformándonos verdaderamente.
Cuando plantamos una semilla y el brote está apareciendo, debemos cuidarlo y protegerlo, alegrándonos de su existencia. Así, le daremos vigor y podrá crecer fuerte y seguro. Tomar conciencia del inicio de una corriente hacia un nuevo espacio, felicitándonos y agradeciendo, es la mejor forma de que prospere.