Tu diferencia es tu huella en el mundo: ¡Valórala!

Compartimos rasgos comunes y, a la vez, somos únicos. Lo primero debería hacernos humildes; lo segundo, creadores. En realidad, nuestra marca en este mundo radica en esa diferencia. Explorarla y desplegarla tendría que ser nuestra meta. En lugar de ver cómo adaptarnos, cómo conformarnos, sería mejor que nos propusiéramos resaltar esa forma original de ser lo que somos.

Una consultante, que está abriéndose al mundo, me cuenta que está sorprendida por las historias que escucha de sus compañeras.  Como ella ha vivido en su propia nube, casi sin comunicarse, ha creído que los demás eran “normales”, que tenían vidas perfectas, que ella era la única que tenía ideas y vivencias extrañas y que su familia era disfuncional.  Está enterándose que los otros también tienen problemas (más graves que los de ella, a veces) y que no es tan rara como pensaba.

En alguna medida, todos somos así.  Yo era así y también me asombré cuando comencé a contar lo que pensaba y sentía y me contestaron que les pasaba algo parecido.  Mis consultantes frecuentemente tienen a los Ingalls (de la serie “Pequeña casa en la pradera”) como ideal de familia y creen que los otros tienen esa clase de interacción, de la que ellos carecieron.  Las redes sociales incrementan este error: muchos suben fotos de familias sonrientes, de viajes soñados, de momentos divertidos y otros sufren creyendo que sus vidas son pobres y vacías.  Ni una cosa ni la otra…  La supremacía de la cultura de la imagen hace que se muestre una cosa y se viva otra. La tendencia de las selfies es un ejemplo: gente sonriendo en distintas situaciones, como si sus existencias fueran una continua fiesta.  ¿Qué pasa entre medio?  ¿Es todo cierto?  Sí y no.  Ni estamos tan alegres ni somos tan infelices.

Mi consultante está aprendiendo que somos combos muy diversos.  Cada persona es un mundo en sí mismo, lleno de facetas oscuras y luminosas, de experiencias disímiles y habituales.  En un molde común, las variaciones son enormes.  Todos poseemos una misma clase de cuerpo (dos brazos, dos piernas, un torso, una cabeza) y nadie es igual.  Siete mil millones de diferencias.  ¿¡No es increíble?!!  Raramente lo pensamos.

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Compartimos rasgos comunes y, a la vez, somos únicos.  Lo primero debería hacernos humildes; lo segundo, creadores.  En realidad, nuestra marca en este mundo radica en esa diferencia.  Explorarla y desplegarla tendría que ser nuestra meta.  En lugar de ver cómo adaptarnos, cómo conformarnos, sería mejor que nos propusiéramos resaltar esa forma original de ser lo que somos. 

Los que han destacado en distintos campos son los que han sido fieles a su esencia, a su particular forma de ver y vivir en el mundo.  Leonardo, Edison, Einstein, Jobs, etc.  Hasta la patología puede ser la clave para reconocer la originalidad de alguien (si sabe canalizarla en algo creativo, como Van Gogh).

Incluso lo que somos “normales”, sin genialidades evidentes, podemos dejar nuestra contribución propia al mundo.  Todos tenemos dones apreciables y son distintos a cualquier otro ser humano.  Nadie escribe como yo.  Seguramente, hay muchos mejores y otros peores, pero nadie como yo.  Esta mistura única de personalidad y experiencias deriva en una forma de expresarme que nadie puede igualar, porque nadie es como yo.

¿Qué nos impide afirmarnos en nuestra individualidad?  La mirada juzgadora propia y ajena.  El menosprecio propio y ajeno.  ¿Quiénes somos para sobresalir?  Seamos jóvenes, adultos o mayores, siempre hay “requisitos” que no cumplimos, siempre tenemos carencias, siempre somos insuficientes y parece que eso nos identifica y nos iguala para abajo.

Eso es propio del Ego, que es, por definición, incompleto.  Estamos en una experiencia de limitación: no podemos estar en dos lugares al mismo tiempo, ni correr a más de tal velocidad, ni adelantar el tiempo.  Tenemos un cuerpo físico.  Nuestra mente puede fantasear lo que sea, pero bajarlo a la realidad material es otro tema.  En esa limitación radica nuestro potencial.  En ese problema radica nuestra solución.  ¿Cómo usamos nuestra creatividad para construir nuestros sueños?  ¿Cómo utilizamos nuestras cualidades para iniciar y continuar, para aprender de nuestros errores, de nuestras caídas?  ¿Cómo lo hacemos a nuestra manera, valorando nuestra esencia?  Esa es la maravilla de ser humanos divinos.

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