El precio de la felicidad.

El precio de la felicidad es la infelicidad.  No hay un costo por ser nosotros mismos. 

 

La semana anterior, entre pacientes y amigos, surgió un tema interesante por las aristas que tiene a nivel tanto personal como social: ¿debemos pagar un precio por la felicidad?  Pongo esta palabra como un exponente de otras, como amor, prosperidad, paz, libertad, lo que cada uno sienta que es “costoso” y anhelado.

 

Una paciente me dijo que le costaba disfrutar los buenos momentos porque tiene miedo de que, de retorno, suceda algo malo.  “Una de cal y otra de arena”, “A cada cerdo le lleva su sanmartín”, y otros refranes hacen mención a esta idea de que siempre vendrán situaciones  dolorosas después de pasarla bien.  Si bien vivimos en una dualidad, por lo que podemos esperar momentos mejores o peores que otros, asociar la felicidad a que tendrá consecuencias o que deberemos retribuirla es perjudicial.

 

Además, nos da culpa ser felices.  Mandatos religiosos inculcados suelen demandar que dependa de los demás o que otros también lo deben ser para que sea virtuosa.  Si tu entorno (o el mundo) tiene problemas, no puedes pretender ser diferente.  Si estás feliz porque lograste algo personal, no puedes “mostrar comida a los hambrientos”.  Parece ser que hay que nivelar para abajo, en lugar de mostrar con el ejemplo que es posible salir de circunstancias difíciles y estar bien.

 

 

Daría la impresión de que, en esta sociedad capitalista, todos son felices o debieran serlo (según la publicidad, los referentes sociales como los artistas o deportistas, los ricos y famosos, etc.), así que este no sería un tema central.  Sin embargo, es tanta la exigencia a la que nos sometemos de acuerdo a este modelo imperante que nunca llegamos a esa supuesta felicidad, culpándonos por ello y castigándonos con empeño.

 

Por una parte, nos inventan necesidades continuamente, así que corremos tras las zanahorias sin alcanzarlas nunca.  Por otra, es tan monstruoso el ideal que no hay humano que pueda con él.  Las mujeres llevan la peor parte porque, además de los roles tradicionales que continúan llenando, también deben ser perfectas en lo profesional.  “Perfección” sería la palabra demoníaca de estos momentos: ¿quién puede conseguirla?  ¡Nadie!  Y aquí estamos tratando y fallando a cada instante…

 

La verdad es que sí debemos pagar por la felicidad.  El precio es dejar atrás el sufrimiento innecesario, las culpas adquiridas, los modelos castrantes, las desvalorizaciones, los desconocimientos acerca de quiénes somos realmente, las personas o lugares que nos dañan y socavan, las idealizaciones imposibles.

 

El precio de la felicidad es la infelicidad.  No hay un costo por ser nosotros mismos.  Podemos compartirnos con los demás con salud, amor, prosperidad, alegría, lo que sea, así como somos, sin exigencias impuestas.  Con conciencia y responsabilidad, la vida es un preciado don que se presenta momento a momento, para dar y recibir, para amar e iluminar.  Es gratuita.  Es Gracia.

 

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