Hace muchos años, conocí a un amigo de una amiga cuando la visitaba en su ciudad. Lo veía de vez en cuando y, en cierta ocasión que estábamos hablando de los efectos de experiencias de nuestra niñez en la vida, noté que me miraba raro. Al día siguiente, me llamó y me dijo que le había impresionado lo que había propuesto y que quería hacer terapia conmigo. Todas las semanas, viajaba 50 kilómetros en tren para venir. Después de unos pocos meses, un día vino especialmente perturbado y percibí que me quería decir algo y no se atrevía.
Lo animé a expresarlo y finalmente me contó que, en su pubertad, su madre era prostituta en un pueblito perdido en el monte, en el interior de Argentina, y que eso le daba mucha vergüenza. Por su extremo nerviosismo, me di cuenta de que eso no era todo; después de un denso silencio, me dijo que algunos clientes también abusaban de él, que era parte del combo. Se largó a llorar desconsoladamente por un largo rato hasta que se calmó. Al irse, me reveló que era la primera vez que lo contaba.
Un par de meses después, me preguntó si me había dicho que sufría del corazón (no lo había hecho). Luego de ir a su cardiólogo para ver los resultados de unas pruebas periódicas, este le preguntó si estaba haciendo algo nuevo, distinto. Después de pensarlo, le dijo que lo único diferente era que estaba en terapia y el profesional le explicó que ya no tenía nada, que su corazón estaba normal, que siguiera adelante. Me miró intensamente y me dijo: “Ahora mi corazón es libre, por fin me saqué ese peso de encima y puedo ser lo que quiero”.
Así es cómo los secretos influyen en nuestra salud, en nuestra existencia toda. Muchas personas se liberan al poner en palabras sus historias y actos vergonzantes, al develar la oscuridad que cargan por años, creyendo que es mejor no exponerla, cuando es al contrario: la luz limpia y aclara todo lo que toca.
Lo mismo sucede con nuestro interior. Cualquiera de nosotros posee ominosos secretos que guarda celosamente: emociones y pensamientos prohibidos (¿por quién?), hechos deshonrosos, actitudes degradantes, esas cosas que no condicen con el modelo idealizado que cargamos. Puede ser familiar, social, personal, lo cierto es que llevamos la máscara de lo que “debemos” ser y nuestro interior se pudre en el moho de la oscuridad forzada.
Solo la verdad nos liberará. A veces ni siquiera es necesario decirlo a otros, con ser honrados con nosotros mismos es suficiente. La honestidad cruel es mejor que la mentira oportuna, porque nos abre las puertas a la vida genuina. Lo sé porque he sido muy mentirosa, lo cual era contradictorio porque soy brutalmente sincera. Al final, las falsedades me estallaron en la cara y no quedó nada en pie. Paradójicamente, fue el inicio de la vida real que deseaba.
No es necesario llegar al fondo y perder todo. Ese fue otro aprendizaje importante: siempre tenemos indicios de cómo nos vamos perdiendo y cuándo virar hacia una nueva espiral de crecimiento, pero creemos que podremos seguir aguantando sin hacer frente al cambio… hasta que estalla y ya no tenemos control de los daños. Es mejor tomar conciencia y realizarlo a nuestro tiempo. Mírate de frente y acepta tanto tu oscuridad como tu luz. Eres completo e íntegro así como eres. Ámate en tu original diseño y vive auténticamente.
