
Cuando era joven, estaba en un grupo en el cual se debía tomar una decisión bastante importante. Tres o cuatro dieron sus opiniones; yo los escuchaba callada; finalmente tomé algunas de las ideas, agregué otras y resumí lo que me parecía lo mejor. Todos coincidieron y el jefe me dijo: “¡Perfecto! Ahora, hazlo!”. A mí me entró un rechazo y un pavor instantáneo: “¡No! Yo DIGO qué hacer, no HAGO!”, pensé para mis adentros. Con precaución, terminé convenciéndolo que los otros podían realizarlo mejor que yo, mientras supervisaba la ejecución.

Muchos años después, cuando estudiaba Diseño Humano, recordé este episodio porque me describe totalmente: soy una Proyectora, yo guío, hago ahorrar recursos, energía y dinero, ayudo a actuar eficientemente, veo lo sobresaliente de los demás y medio para que se haga lo adecuado. No me interesa figurar, sino el éxito de mis consejos. Todo me cerró en ese momento, aunque tuve que sobrellevar que me vieran como vaga, tacaña, aprovechada, rara, poco energética (algunos lo siguen haciendo, pero no me importa).

Cuando uno conoce su diseño y sabe cómo usarlo, todo se facilita y los demás acaban llamándonos por esos dones, en lugar de luchar por cumplir con un modelo externo. En este mundo, lo importante es HACER: una persona a la que eso no le interesa es extraña y, si no sabe su propósito, puede terminar desperdiciándose. También, se privilegia lo grupal, lo tribal. No soy así: mi poder está en el uno a uno, en lo individual. Si no le hiciera caso a este rasgo, estaría perdiéndome en tratar de conformar lo que todos hacen. No hay nada más caro que no conocerse.

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