Estamos en una época en que es imprescindible decir NO. Charlando con una paciente, me di cuenta cuántas veces le digo a mis consultantes que deben aprender a poner límites. Es más difícil para una mujer, porque nos han educado para aceptar, para dar, para sacrificarnos, para someternos. Sin importar el nivel educativo, económico o cultural, para todas es una gran labor encontrar los espacios que nos sojuzgan y desvalorizan. Obviamente, también los hombres deben buscarlos en una sociedad que se rige por el dinero y el poder, sin interesarle las trascendencias de ninguna clase.

Las generaciones mayores han sido criadas en la culpa y la sumisión, en un modelo de repetición y carencia. Las últimas están siendo criadas en el antojo y la permisividad, en un modelo de individualismo y abundancia. Tanto unas como otras se beneficiarían de restringir los respectivos desbordes, que no ayudan a un modelo más armonioso. No se trata de restricción sino de contención, una diferencia notable y necesaria.

Hemos asociado connotaciones negativas a los límites: culpa, controles, prohibiciones, autoritarismo, etc. Y la cultura consumista se encarga de hacerlo notar: cuanto más tengamos y compremos, más libres seremos. Es obviamente un ardid en el que caemos, sin percibir que así somos cada vez más esclavos. En los ámbitos personales, decir SI a cualquier cosa parece hacernos más modernos, completos, productivos, atractivos, lo cual no nos permite entender que se nos escapan los días sin conocernos ni sentirnos satisfechos esencialmente ni descansar con el corazón en paz.

Cuando nos damos cuenta de que hemos aceptado y soportado demasiado, la primera reacción suele ser caótica, violenta y vengativa. Es la parte negativa de seguir con el ideal instituido de que el amor puede todo y aguanta todo. Es hora de reformular el concepto que tenemos del amor. En principio, no es débil ni sumiso, como muchos parecen sostener con sus actitudes constantes de sacrificarse, callarse, dar de más, hacer por el otro, resistir lo que sea. Tampoco es condicional y arbitrario, no pone requisitos ni evalúa cuánto devuelve ni castiga, culpa o manipula. En muchos sentidos, pasamos por estos extremos en esa constante búsqueda del amor porque lo hacemos desde el Ego.

El Ego no entiende de amor, solo de poder, carencia, limitación, miedo, etc. Comprendiéndolo, podemos salir de esta dualidad y entender que el Amor nace del Ser, por lo que es Unidad. La única forma de comenzar es por uno mismo y una de las primeras tareas es ponernos límites. Sí, no empieza por los demás sino por dejar de juzgarnos, exigirnos, desempoderarnos, humillarnos, odiarnos. Los otros son solo espejos que nos evidencian esa falta de amor por nosotros mismos. Al conocernos, aceptarnos, apreciar nuestras cualidades y dones, movilizar el potencial maravilloso que traemos, fluir con la vida, ser amables y valerosos, podremos abrirnos a la luz siempre presente del Amor que somos.

Por ello, cuando ponemos límites a nuestra carencia de amor, naturalmente el entorno lo reflejará: se acabarán o disminuirán ciertas situaciones, se irán personas o cambiarán, se abrirán otras oportunidades, etc. Algunas circunstancias exigirán que también pongamos límites externos, pero básicamente la labor es interna. No la demoremos más: es vital para nosotros y para la humanidad ser Amor.

