Usualmente, usamos las dos palabras como sinónimos, pero no son lo mismo. El miedo es algo natural. Es una emoción y, por lo tanto, pasajera. Es un mensaje, una alerta para cuidarnos, para protegernos frente a un peligro. Es necesario, ya que podríamos perjudicarnos si no lo tuviéramos. Podemos tener distintos comportamientos frente a lo que suceda: es el mecanismo de “ataque o huida”. O paralización. Cada uno tiene su forma de reacción, y puede variar de acuerdo a las situaciones. En realidad, no lo sabemos hasta que pasan.
El temor se dispara frente a algo imaginario, a una circunstancia potencial o ficticia que quizás suceda en el futuro. Puede ser permanente, porque sostenemos la idea en la mente, sin que haya posibilidad de que exista realmente. Nos llenamos de pensamientos catastróficos y activamos la sensación de miedo, aunque nada esté pasando en la realidad.
Es como el dolor y el sufrimiento. Nos duele un despido, un fallecimiento, una traición, y debemos hacer el duelo y continuar, más maduros y responsables. O los podemos transformar en un sufrimiento perenne, que nos detenga y nos victimice. Los miedos son parte de la vida y nos pueden servir para aprender nuevas formas de empoderarnos y disfrutarla… o quedarnos temerosos de lo ilusorio.
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