Hace tiempo, una nueva paciente me dice en su primera sesión: “Estaba en dudas de venir, porque no quiero volver a hablar de mis padres, de mis traumas, de lo que sucedió, como en mi anterior terapia. Estoy harta de eso.”
Le contesto: “Viniste al lugar correcto, entonces. Mi trabajo es dar soluciones prácticas. Si es necesario entender algún patrón del pasado, se presentará solo y ahí veremos, ¿te parece?”. Su respuesta fue aplaudir, contenta.

Eres lo que eres.
Es cierto que el pasado nos forja, pero tampoco es solo eso. Es uno de los factores. No caemos en blanco, en este plano, como muchos creen. Una madre de España, a quien le hice la Carta de su pequeño, me escribió luego: “Me has descrito a mi hijo como si lo conocieras y lo tuvieras delante.”
Eso es posible porque ya venimos con un diseño y él se impondrá de una forma u otra. La verdad es que los padres (y el entorno) lo pondrán más fácil o más difícil. Ello hará que se realce lo que traemos o que lo menoscabe o lo niegue, pero no “creará” algo de la nada.
Me gusta usar una metáfora para comprender esto: una semilla de roble no terminará siendo un pino, porque estuvo emplazado en un clima hostil. Será un roble más fuerte o más débil, dependiendo de las circunstancias de su desarrollo, pero será lo que es.
Buscando pretextos.
Hay una noción generalizada de que todo depende de los padres y de los primeros años de vida. Repito que tienen su importancia, pero no lo son todo. A partir de esta idea, se impuso una especie de “arqueología del pasado” con sus muchas vertientes.
Se comenzó con los progenitores, para seguir con lo transgeneracional, las vidas pasadas, las razas, y cada día aparece algo nuevo… que es viejo…
Comprendí la “adicción” que esto representa hace muchos años, cuando hice un par de regresiones (no fui Cleopatra en ninguna). En ellas, había el germen de cosas que me sucedían, pero me di cuenta de que estaba cayendo en el error de seguir culpando al pasado por mi presente.
“¿No es suficiente con los problemas (reales) que tuve con mis padres actuales, que voy a buscar más en otros tiempos? ¿Hasta cuándo voy a llegar, cuánto es suficiente? ¿No estoy usando esto para justificar mi conducta y no hacer los cambios que necesito?”. Y la respuesta a esta pregunta fue: sí.

Vive en el aquí y ahora.
No dudo que hay personas que no hacen esto, pero son las menos. O se quedan en una explicación y la utilizan para todo o siguen haciendo exploraciones, una tras otra, entretenidas con los resultados.
Algo que me di cuenta pronto es que los cambios solo se producen en el presente. Una muletilla común ante un cuestionamiento en una terapia es: “Ya sé”. ¿Y de qué te sirve saber, si no lo pones en práctica?
Puedes leer mil libros, concurrir a cientos de talleres, hacer múltiples regresiones, ir a muchos terapeutas, pero nada sucederá si no te observas y haces algo distinto, aquí y ahora.
La apología del pasado no sirve, nunca sirvió. Te puede ayudar a comprender algo, pero la transformación se produce cuando te conoces (en tus luces y sombras, en tus dones y lecciones) y tomas otro camino, en cada instante.
No vives en el pasado, vives en el presente. Estás en un sistema familiar y social, que forma y deforma, pero puedes aprender de él y buscar tu individuación, lo que te hace único, para vivir tu vida, no la de otros. Te acompaño.
