Una excusa común en terapia es: “No puedo hacer eso; siento culpa”. Y mi respuesta suele ser: “Siéntela… y déjala ir”.
Hemos sido criados en ella y no podemos pretender no sentirla para cambiar. En lugar de querer extirparla o quedarnos inmovilizados por miedo a su fuerza, la solución es comprender que es inevitable y dejarnos atravesar por ella, sin darle la importancia que le damos.
A medida que lo hacemos, vamos tomando Conciencia de lo que deseamos, de la necesidad de ser nosotros mismos, de poner límites. Como el enojo, la culpa nos avisa cuándo permitimos que los demás vulneren nuestra individualidad, muchas veces en nombre de “cuidarnos”.
Sintamos culpa, irá y vendrá, hasta que ya la pongamos en su lugar, hasta que nos demos cuenta de que el dolor tan temido (que nos infringen y que infringimos) es solo falta de conciencia, falta de amor propio y falta de comprensión de los procesos que debemos atravesar.