No hay dudas de que vivimos en una sociedad caótica y controlada. Estamos hiperinformados, pero no nos detenemos para pensar por nosotros mismos. Se trata solo de una sucesión de hechos banales y/o importantes, que reclaman nuestra constante atención, a través de los logaritmos implacables de las redes sociales o los medios. Algo digno de observar es la manera en que muchos temas se presentan y cómo los normalizamos (y romantizamos, idealizamos) simplemente porque están presentes en lo cotidiano.

No es nuevo, es una manipulación antigua, pero más insidiosa ahora. Una de las más conocidas es la romantización de la pobreza: los ricos son malos y corruptos, los pobres son buenos, sencillos, bravos obreros, generosos, solidarios, dignos de toda ayuda. Con este argumento, se los mantiene bajo cuerda, siempre pobres, subsidiados para que voten a la mano que les da de comer.

Otra es la del trabajo: cuánto más empeño, más logro. Es merecido si nos esforzamos muchas horas, no descansamos nunca, estamos pendientes todo el tiempo; debemos ser autoexigentes, motivados, adaptables, comunicativos, asertivos, responsables, eficientes, dedicados, y una serie más de cualidades exitosas… que le sirvan a las empresas. Y si somos emprendedores esta lista es aun más grande y rigurosa, pero no más rentable ni cómoda.

Otra es la de los “dadores universales”, esos que no paran de dar, sin importar el costo físico, mental o emocional. Las mujeres son el prototipo de ello, y si son madres con más razón; los hombres en cuanto a proveer económicamente y ser fuertes. En estos tiempos, es peor, ya que no solo deben brindarse en ciertos aspectos, es en todos: excelentes personas, parejas, padres, hijos, amigos, profesionales, con gran apariencia, prósperos, disponibles y sonrientes, ¿algo más? Se romantizan las parejas abusivas (bajo el falso concepto de amor), las fallas en la educación o el desinterés por aprender (ahora no importan las reglas sino la expresión), etc.

Aunque parezca que esto es viejo, que las modernas generaciones no se enganchan de estos estereotipos, no es cierto. No solo son vilipendiados y demandados para adherir a los preceptos de la tribu, sino que tienen nuevos (y peores) parámetros, como mostrarse divinos y perfectos en las redes, influencers quemados por el requerimiento de la moda del momento, corriendo para encajar. O por las drogas, las pastillas, la falta de futuro o valores verdaderos.

Todos caemos en estos estándares, porque son parte de la cultura. Nos exigimos sin cesar para ajustarnos, para cumplir con un modelo que creemos que nos resarcirá al final de tanto sacrificio. Y de eso se trata: en el fondo, es la romantización del sufrimiento. Cuánto peor la pasemos, más mérito. Está tan infundido en nuestro ADN, que ni nos damos cuenta; al igual que la consecuencia de no cumplirlo, la culpa. La supuesta laxitud actual, el facilismo, la sobreabundancia es su contrapartida, otra narrativa, no su solución.

Es necesario revisar cuál es nuestro paradigma, cómo hemos sido condicionados para ser, estar, hacer, tener, trabajar, amar. Pero, ¿quién tiene tiempo para perder en ello? Aquí está el mérito del sistema, la coerción constante para movernos, para conseguir las zanahorias que nos venden, para sobrevivir en la aparente exuberancia de cosas, para cegarnos de lo importante. Sigamos huyendo hacia delante…

Detente un momento, respira, siente tu cuerpo, apaga tu mente, lleva la atención a tu corazón. Percibe el latir de la vida en ti, calma el murmullo del exterior, conecta más profundo, ¿quién eres, qué Luz te reclama, qué surge del silencio? Déjate llevar por Ti.



¿Quién eres, cuál es tu propósito, cómo fluyes? Haz tu Carta.