Según mi diseño, soy una Hereje. Lo viví impulsivamente durante mis primeros años, con mis padres, y luego con cualquiera que se me cruzara. Yo quería romper los sistemas, todo me parecía equivocado y limitante. Con agresividad, exponía mis puntos de vista y actuaba según mi parecer, sin interesarme lo que dijeran los demás, aunque con culpa y dudas internas (y estoy refiriéndome a seis décadas atrás).
En mis treinta, me di cuenta de que yo era así y decidí que iba a vivir así por el resto de mi vida. Y que no me importaban las consecuencias: sería fiel a mí misma. Pase lo que pase. En ese instante, las reactividades propias y ajenas terminaron. Yo dejé de luchar y la lucha finalizó. Seguí escuchándome y yendo por mi dirección, con alegrías y penas, sola o acompañada.
Comparto esto porque hay algo fundamental en ser un Hereje: sobrellevar los efectos. El cambio lo trae el Individuo y el Colectivo lo prueba para saber si es viable para la mayoría; si es así, la Tribu lo adopta y lo transforma en la nueva ley (el que no está de acuerdo, pierde su apoyo). Esto es así y pretender que sea distinto es sufrir sin sentido.
Si eres un Hereje, no lloriquees porque no te reconocen o no te protegen o no te lo hacen fácil. ¡No lo harán! Estás trayendo algo diferente y encontrarás reacciones y resistencias. Así funciona. Debes ser fuerte y resiliente, sin luchas ni victimizaciones inútiles. Estás para mostrar esa visión, para que tu vida sea una obra de arte. Si le sirve a alguien, date por victorioso. Si no, no importa. Fue tu elección y debes vivirla.
