Analizábamos con una paciente su rótulo de ser “la buena”: siempre cariñosa, presente, detrás de todo y de todos, soportando lo insoportable. Comenzó a recordar que no era así de niña; más bien, lo contrario: rebelde, contestataria, viendo más allá de lo que aparecía. Pero fue condicionada por su familia en la idea de que eso era “malo”, que lo bueno era estar para los demás y callarse, sonreír.
Luego, se dio cuenta de que tanto ella como otros en su familia tenían ese papel, pero con una variante que recién comenzaba a ver en ella: eran buenos porque tenían tanta ira en su interior que, si la sacaban, podían lastimar a cualquiera. Entonces, preferían ocultar, tapar, reprimir esa emoción (y otras “negativas”) y resaltar como los bondadosos y accesibles.
Estos extremos son bastante habituales en muchas personas: parece que se puede ser uno u otro, pero no una mezcla. Tenemos la errónea idea de que solo podemos aproximarnos a una de las polaridades… y nosotros tenemos que ser los buenos, mientras proyectamos lo malo en los demás. Así, nos debilitamos, nos dividimos, nos peleamos con nosotros mismos. Y, en esta época de perfeccionismos y exigencias, de falsa positividad, esto es muy doloroso y depresivo.
Pero también esta es una época de volver estas proyecciones a nosotros, de integrarnos. Este ego al que llamamos YO no existe como uno, tal como nos gusta describirnos. Es una multitud de aspectos, tenemos una muchedumbre ahí adentro. Negamos a unos cuantos, glorificamos a otros, desconocemos a muchos, sufrimos a bastantes. La solución es aceptarlos a todos como partes nuestras y fortalecernos con los mejores.
Seguramente, tenemos aspectos que hemos alimentado durante años, que nos han servido bien al principio pero que ahora solo nos limitan y angustian. En lugar de luchar contra ellos (solo perderíamos), podemos dialogar para conocer su propósito y aprender. Nos llevan a la Luz a través de la Oscuridad. Tienen un potencial de crecimiento que no debemos desperdiciar. A otros simplemente tenemos que dejar de atiborrarlos con nuestra energía (sea mental y/o emocional) y mandarlos al fondo, mientras nutrimos a otros que han permanecido enflaquecidos porque no creíamos en ellos o no nos permitieron habitarlos.
Así como hay buenos, hay malos. Siendo rebelde e inconformista, agresiva y sincericida, me consideré dentro de los malos. Tardé bastante en darme cuenta de que eso no era cierto, que tenía grandes cualidades y una bondad e inocencia naturales. Sin importar en qué lado nos pusieron/pusimos, es hora de reconocernos completos, íntegros. Es útil que escribas una larga lista de aspectos; tiene una trampa: cuando registras que eres “un poco” de algo, lo negarás. No lo hagas; somos un cóctel con los mismos ingredientes, que varía en las cantidades. Si eres poco de algo, quizás puedas aumentarlo o aceptarlo así y dejar de perseguirte. Si eres mucho de algo que te daña, bájale la energía o mándalo al fondo y deja de activarlo.
Ser bueno (como se entiende en la cultura y la religión) no es ningún mérito. No vinimos aquí a serlo sino a aprender a través del barro de la humanidad, en esta Tierra bendita. Si siempre eres “bueno”, es que no te conoces, es que te niegas la Sombra (por lo que atraerás lo malo para que lo veas en ti), es que eres usable y manipulable. Ser espiritual no es ser bueno. Es haber atravesado todas las oscuridades imaginables y saber elegir, ser libre. Es reconocernos y aceptarnos en todos los aspectos y, por eso, también en los demás. Y, luego de eso, como dijo Eckhart Tolle: “Yo no soy pensamientos, emociones, percepciones sensoriales y experiencias. Yo no soy el contenido de mi vida. Yo soy Vida. Yo soy el espacio en el que ocurren todas las cosas. Yo soy Consciencia. Yo soy el Ahora. Yo Soy.”