Hace mucho, vino una mujer a la consulta y comenzó a contar una serie de malas decisiones, que derivaron en hechos muy complicados en ese momento. Me dijo que quería cambiar y salir de esos problemas y que ya había hecho terapia antes y todo seguía igual o peor. Le pregunté porqué quería cambiar y me dijo que era por su hija. Le contesté que el único camino era que lo hiciera por ella misma, para transformar lo que la había llevado a ese lugar y que se seguiría repitiendo, llenándola de sufrimiento y fracasos, que pasaban a su hija. Me respondió: “¡Ah, no, si es por mí, me mato ahora mismo!”. No quiso iniciar las consultas y se fue.
A muchas personas les sucede lo mismo. Podrían hacer cualquier cosa por los demás, pero nada por sí mismos. Una amiga, que estuvo en una secta, había atravesado una gran cantidad de desafíos para abrir nuevos lugares para ellos. Cuando se fue y se propuso trabajar en su propio emprendimiento, dudaba de poder conseguirlo, ya que pensaba que no tenía las habilidades necesarias. Yo no podía creerlo: se había retado a sí misma al máximo por otros, pero desconfiaba porque era para ella.
Hay unas cuantas razones para esto. Por un lado, nos inculcan sacrificarnos por los demás para obtener reconocimiento o cariño o ser buenos o ganar el cielo. Así, nos ponemos de lado para elevar, ayudar, cambiar, ensalzar, salvar a los demás, lo que implica que el otro es más importante que nosotros. Con esta génesis, ya comenzamos con una baja expectativa…
Esto deriva en una pobre autoestima de base. Si nos ponemos al final de la línea, nunca haremos cosas por nosotros y sentiremos que no podemos, o que no somos suficientes, o que no valemos el esfuerzo, o nos “pobreciteamos” como estrategia para que, a la vez, alguien nos salve. Una cadena de desvalorizaciones que esperan que alguien los valoren…
En esta sociedad, la autoexigencia es tan atroz que nunca llenamos las idealizaciones propuestas, por lo que nos vivimos culpando y castigando por no ser lo que “deberíamos” ser. Esto poco ayuda a apreciar nuestras capacidades y contribuciones, así que estimamos las de los referentes sociales (inalcanzables) o las de los demás (los espejos también funcionan para lo positivo), pero denigramos las propias.
Tenemos una relación tan mala con nuestro interior, sea con pensamientos o palabras, que nos consideramos lo peor del vecindario, juzgándonos cruelmente. La Garganta (en Diseño Humano) es poderosa: a través de ella, expresamos quiénes somos y, a veces, manifestamos. Debemos aprender a ser amables con nosotros mismos; mientras tanto, seamos neutrales, sin lastimarnos con palabras duras y dañinas.
La paradoja es que, cuando nos ocupamos de nosotros, dejamos de interferir en las vidas de los demás, los tratamos mejor porque nos tratamos mejor, somos más empáticos y respetuosos. ¿Qué hacer? Podemos comenzar por reverenciarnos como individuos completos, con múltiples facetas, con variadas cualidades, con preciosas posibilidades. Podemos dejar de demandarnos ser distintos, impecables, perfectos para ser lo que somos, lo que implica conocernos verdaderamente y seguir nuestro camino personal. Podemos poner límites: a nuestras desvalorizaciones y críticas, y a los requerimientos y reclamos de los demás. Podemos tomar decisiones fundantes sobre cómo deseamos vivir, desoyendo las programaciones sociales. Podemos relacionarnos desde la autenticidad, en lugar de desde las máscaras impuestas. Podemos comprender que somos Seres Espirituales viviendo una experiencia humana, siendo Uno Con Todo Lo Que Es. Te acompaño.