Para ser bueno hay que ser malo

Tres razones para justificarlo.

 

Frecuentemente, les digo esto a consultantes que se describen como “buenos” a los que le pasan cosas “malas” y terminan siendo “buenudos”.

 

Lo más probable es que, siguiendo largas tradiciones de que “debemos” ser bondadosos, muchos no exploren sus partes “malas” y las proyecten en los demás, por lo que atraen su opuesto para equilibrar y aprender.

 

La otra razón es que, inconscientemente, están esperando una retribución por su gran bondad y servicio, la cual no llegará porque dar y recibir son dos caras de una misma moneda y, de nuevo, deben aprender a recibir.

 

También, existe un miedo a la “maldad” (muchas comillas hoy) y a alejar a los demás por eso.  Obviamente, no me estoy refiriendo a hacer daño a otros sino al necesario aprendizaje de poner límites, cuidarse, tener una vida propia, valorarse, ser íntegro (en el sentido de ser completo y sin dualidades) y esas minucias.

En síntesis, ser bueno es un aprendizaje que incluye ser malo (según algunos).

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