Frecuentemente, les digo esto a consultantes que se describen como “buenos” a los que le pasan cosas “malas” y terminan siendo “buenudos”.
Lo más probable es que, siguiendo largas tradiciones de que “debemos” ser bondadosos, muchos no exploren sus partes “malas” y las proyecten en los demás, por lo que atraen su opuesto para equilibrar y aprender.
La otra razón es que, inconscientemente, están esperando una retribución por su gran bondad y servicio, la cual no llegará porque dar y recibir son dos caras de una misma moneda y, de nuevo, deben aprender a recibir.
También, existe un miedo a la “maldad” (muchas comillas hoy) y a alejar a los demás por eso. Obviamente, no me estoy refiriendo a hacer daño a otros sino al necesario aprendizaje de poner límites, cuidarse, tener una vida propia, valorarse, ser íntegro (en el sentido de ser completo y sin dualidades) y esas minucias.
En síntesis, ser bueno es un aprendizaje que incluye ser malo (según algunos).