¿Transitando la muerte de las ilusiones?

Todo fluye hacia no sabemos dónde y los duelos son continuos.

Cuando era muy joven, me hice fanática de Ray Bradbury. Compré todos sus libros y uno me daba miedito: “El país de octubre”, una colección de cuentos oscuros. Quizás por eso o Halloween o Escorpio, relaciono octubre con la muerte y este no es la excepción: siento que estamos duelando las ilusiones, lo que no fue.

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Hace unos días, alguien escribió en Facebook: “Estoy haciendo el duelo por la familia que me prometí tener y que no será”. Me pareció que resumía el espíritu de lo que estamos atravesando… desde hace bastante tiempo… Cada tanto, he transitado estas etapas en las que tomo conciencia lentamente de cuántas promesas y fantasías me he hecho que no se harán realidad.

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Soy muy imaginativa, es mi segunda naturaleza. Me resultaba más cómodo habitar en ella que en una existencia que me era muy opresiva y cerrada. En un momento, me di cuenta de que esos sueños tenían algo de verdad, que contenían el germen de una vida que sí podía concretar y pegué el salto de la cabeza al cuerpo y los hice materiales.

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Con el tiempo, fui usando el combustible de la imaginación para motorizar mi vida cotidiana, distinguiendo lo que podía concretarse de lo que eran solo ensueños para dar rienda suelta a mi creatividad, a mis quimeras. Los dos mundos me constituyen y se retroalimentan. En estos tiempos, tan complicados, muchos mundos que creí reales se están develando muy ilusorios y manipulados, lo que me trae una sensación de irrealidad bastante interesante.

Lo sepamos o no, todos vivimos en nuestro propio universo, creado por la sociedad, la cultura, la familia, las situaciones atravesadas, nuestra personalidad y diversas cosas. Con ello a cuestas, nos formulamos un modelo individual y metas, la mayoría relacionados con el afuera, con lo que nos inculcan. A medida que crecemos, nos vamos dando cuenta de la enorme distancia entre lo que nos propusimos (propusieron) y lo que conseguimos.

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También, si hacemos una labor interna, tomamos conciencia de que no deseábamos realmente esos objetivos o que, lográndolos, no nos satisfacían como pensábamos (“Cuando los dioses nos quieren castigar, escuchan nuestras plegarias”, diría Oscar Wilde). Entonces, comienza el período del duelo y luego el de las preguntas: ¿qué fue real y qué no, quién soy y qué necesito, cuál mundo habito y cuál me es impuesto, en dónde estoy parado y hacia dónde quiero ir, qué responsabilidades puedo asumir?

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En un tiempo híbrido como este, en el cual lo analógico y lo digital conviven, en el que la continuidad y la disrupción son moneda corriente, en el que lo viejo y lo nuevo se solapan, estamos en terreno de nadie. Ya no hay suelo firme y seguro, y lo que nos propusimos hace tiempo (y hace poco) puede resultarnos extraño ahora. Todo fluye hacia no sabemos dónde y los duelos son continuos.

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No obstante, es un tiempo fértil, si nos permitimos liberarnos de lo que parece cierto pero es falso. Cada uno deberá hacer su proceso de distinguir lo que le fue depositado por la tribu (para encontrar su camino individual), lo que le es vendido como propósito (para hallar el real), lo que la dualidad le divide (para integrarse), lo que da por sentado desde el ego y lo “normal” (para vivir desde el Ser y la verdad). Te acompaño porque estoy en lo mismo.

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