La sociedad del rendimiento… y la insatisfacción.

Ahora, nos oprimimos solos.

En un café, escucho a un chico comentándole a otro que no podía estar quieto en su casa.   Debía tener unos veinticinco y vivía solo.  Trabajaba y, cuando volvía, había que hacer algo, porque si no sentía que perdía el tiempo, que debía aprovecharlo.  Tiene que ser “productivo”, pensé yo…

Sirve si sirve.

En la sociedad liberal, no solo tiempo es dinero, sino también productividad.  No podemos derrochar ni un segundo en algo que no nos proporcione la sensación de que “sirve”.

Aun las actividades como la gimnasia o el deporte, deben prestarse a una buena salud, a estar mejor, a vernos más estéticos, al igual que la alimentación y sus múltiples dietas y suplementos.  Es una cultura del rendimiento.

Lo más paradójico es que, a diferencia de hace décadas, no necesitamos que nos obliguen o castiguen para conseguirlo: nos lo hacemos a nosotros mismos, con una saña que es encomiable… si no fuera patética.

Los dispositivos sociales de coerción y autoritarismo se diluyeron y ahora se apela a la autogestión.  Somos nuestros peores amos, porque nos oprimimos sin compasión largas horas, y no nos perdonamos ni un error.

Nos esclavizamos solos.

Esto es muy obvio en la enorme cantidad de “emprendedores” que surgieron como hongos en Instagram y otras redes sociales, instigados por la ilusión de que harían mucho dinero con poco trabajo y que ya no tendrían jefes que los esclavicen.

Resultó que trabajaron mucho más, se castigaron peor y no consiguieron la meta dorada.  Lo perverso es que se echaron la culpa a sí mismos, sin darse cuenta de que el sistema los incitó a ello y luego se lavó las manos.

En los empleos formales también sucede, con el énfasis en escalar, en tener, en mostrar, en ser geniales como un Mark Zuckerberg o un Steve Jobs. 

La insatisfacción, la depresión y la ansiedad son el resultado más evidente de esta mecánica.  Los jóvenes viven presionados para rendir, para ser exitosos, para adquirir “experiencias”, para tener todo a los treinta (¿y qué harán después?).

¿Cuántos lo logran realmente?  Muy pocos y es a costa de su salud mental y física.  La mayoría termina rindiéndose, con problemas psicológicos importantes, en empleos mal pagos, dejándose llevar por una cultura pasatista y mediocre, llenándose de comida chatarra, alcohol, drogas, lo que sea para evitar la sensación de fracaso y desvalorización.

Será difícil si no te conoces.

Pensarás que estoy exagerando.  Sí lo estoy y es para mostrar un punto: vamos hacia esto.  No tengo una visión idílica de lo que sucederá.  Los dispositivos tribales que sostenían el desarrollo ya no cumplen su función, están corruptos y en manos de los que los usan para su propio provecho.

Será un mundo individualista (en el mal sentido) hasta que, con las décadas, se transforme en su mejor versión, con individuos conscientes de sus capacidades y compartiendo metas con iguales.  Pero, mientras, será muy difícil.

En gran parte, por el enorme lavado de cerebros al que estamos sometidos.  Es tan invisible, que no admite revuelta ni rechazo.  Es como el aire que nos rodea, lo aceptamos sin plantearnos si es sano o no.  Cuando nos damos cuenta de que nos está envenenando, es tarde.

Me gusta observar el aire que nos están cambiando.  Y ayudar a que otros también lo vean.  Abre los ojos, la mente, el corazón.  Conócete.  No seas un número más.

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