Cuando el COVID comenzó a ser pandemia, justo volvía de unas vacaciones con unas amigas. Me di cuenta de que cerrarían todo y comencé a comprar lo que necesitara y a hacer arreglar lo que estuviera mal. Cuando sucedió, estaba preparada.
Al principio, con los miedos extremos que nos infundían, limpiaba cada cosa que entraba. A las dos semanas, como soy vaga, ya se me había pasado. A los dos meses, salí a caminar por una zona tranquila de mi barrio; era la única, no había nadie en la calle.
Hacía tiempo que trabajaba por Internet, así que simplemente pasé todo a esa modalidad y no sentí demasiada diferencia con lo que venía haciendo. Antes, con dos amigas, íbamos a hacer Chikung a una plaza; comenzamos a hacerlo por Skype, charlábamos media hora y la otra media practicábamos.
Esa interacción social fue fundamental. Hablaba con consultantes y con amigas todos los días, hacía una actividad física, salía. No me dejé llevar por el temor, que lo sentía, pero diseñé una vida posible dentro de lo establecido por los demás.
Las secuelas alarmantes.
Con el tiempo, tomé conciencia de que eso fue excepcional. La mayoría buscó su forma dentro de las normas, pero aceptó el encierro y el miedo. Fue brutal para todos, pero más para los chicos, jóvenes y gente mayor.
Para los primeros, porque estaban en una época en que el contacto con sus pares es esencial y modela sus personalidades. Para los ancianos, porque estaban frágiles y el tema de la muerte es más palpable.
Escucho consecuencias continuamente: niños y adolescentes a los que les cuesta la articulación con otros y con la vida, personas que quedaron con conductas de evasión y encierro, con enfermedades psicosomáticas y mentales, con dificultades para trabajar, con negocios perdidos o perjudicados, etc.
La normalidad anormal.
En ese período, se exacerbó la dependencia a lo virtual. Explotaron las redes sociales y todos pasamos de tener relaciones personales a una exclusiva con el celular, que se constituyó en omnipresente, omnisciente y omnipotente.
Terminó la pandemia, pero no ese nexo, que se expande con la Inteligencia Artificial y la enorme influencia de los logaritmos, que nos tienen atados al aparatito, como si no hubiera un mundo afuera.
Creemos que ya vivimos “normal”, pero estamos en una nueva normalidad, de la cual no conocemos los fundamentos ni los efectos, sin dirección ni apoyos. Nos resulta más fácil dejarnos llevar, porque la velocidad con que se desarrolla es inhumana, ni siquiera mecánica, es digital.
Las preguntas fundantes.
Vivimos un cambio trascendental, en una transición increíble, pocas veces vista (o nunca). Lo que consideramos “humano” está siendo revisado y transformado. Va más allá de nuestra imaginación.
Escucho toda clase de teorías al respecto (y de conspiraciones). Como comenté antes, no creo ninguna. Tengo ciertas ideas, pero están en constante vaivén, porque prefiero equivocarme por mi cuenta, que seguir las manipulaciones de otros.
¿Cómo te afecta a ti?
¿Qué consecuencias observaste en tu vida y en la de los demás?
¿Qué cambios hiciste y cuáles podrías realizar para adaptarte y, a la vez, para no depender tanto del sistema?
¿Cómo eres y cómo deseas vivir?
¿Te lo preguntas o no tienes tiempo o ganas?
Tus respuestas crearán tu futuro y tu felicidad.