En la entrada anterior, mencioné el tema de las expectativas. Cada vez que nos proponemos algo, es inevitable esperar determinados resultados y satisfacciones. Cuanto más detalladas, fuertes y definitivas (del tipo “si no pasa esto, es el fin”), más decepción y sufrimiento encontramos.
Muchas veces, esto sucede porque nos concentramos más en las perspectivas que en el camino que vamos haciendo. Aunque no lo sepamos concientemente (porque nuestra Alma digita el proceso), nos ponemos metas externas para en realidad conocer nuestra esencia, para transformarnos, para aprender, para expandirnos, para crear, para comprender, para amar. Si las logramos o no, no es tan importante como el hecho de ser mejores al final del camino.
Una buena estrategia es disfrutar el recorrido, tomando conciencia de cada cosa que vamos logrando, agradeciendo cada pequeño detalle que se presenta, bendiciendo la posibilidad de cada paso que podemos dar, iluminando el sendero con la Luz del corazón.