Desde hace siglos, los líderes espirituales y políticos han elevado la pobreza a nivel de valor moral (mientras tienen los bolsillos más que llenos). Los ricos tiene una entrada difícil Reino de los Cielos, pero los camellos se dan la gran vida en esta tierra…
En estos momentos, en que la brecha entre muy ricos y muy pobres es enorme, el doble discurso es peligroso. La sociedad vende el consumo indiscriminado como la panacea universal, pero a cambio pide el alma. Los políticos hablan de prosperidad para todos, pero generan más pobres (clientelismo estratégico). Los religiosos siguen vendiendo que la carencia es sinónimo de paraíso, pero retienen sus privilegios. Los espirituales de la Nueva Era hablan de abundancia, pero navegan entre dos aguas sin crear un modelo distinto.
Ser pobre no es ser bueno, como ser rico no es ser malo. Estas dicotomías tontas nos sumergen en luchas de clases, al igual que muchas otras que están siendo fogoneadas ahora para dividirnos cada vez más (raza, género, educación, etc.). Llevamos siglos sosteniendo premisas falsas, basadas en los extremos de la dualidad. Materialidad/espiritualidad sería la gran abarcadora de las demás.
Al parecer, para ser espiritual hay que ser pobre y/o sufrir. La romantización de este concepto nos llena de culpa, que requiere su consiguiente castigo. Así, no estamos nunca en paz, ni nos permitimos disfrutar una vida consciente. Nos llenamos de actividades para no pensar, ahondando la angustia y el vacío. Revisar estos temas y encontrar una postura propia (llevándola a la vida cotidiana) contribuye a que, como humanidad, encontremos la integración y superación de esta dualidad. Somos Seres Espirituales transitando una Experiencia Humana. Somos Humanos Divinos.