Hay dos tendencias que observo cuando tengo pacientes nuevos que vienen de realizar otras terapias: me cuentan su semana y buscan razones para sus comportamientos. Generalmente, ninguna de esas líneas sirve para algo. La primera porque no importa lo que hicieron sino qué les pasó con eso, qué sintieron, de qué se dieron cuenta, y la segunda porque termina siendo una “arqueología del pasado” que no brinda resultados.
La excusa del pasado… eterno…
Si bien es cierto que nuestras conductas están basadas en acontecimientos o condicionamientos que traemos de nuestra infancia, no es tan simple la causa. En principio, nosotros vinimos a hacer determinados aprendizajes y, para eso, “contratamos” a esos padres y a esas circunstancias. Tirar la responsabilidad a los progenitores no arregla nada, porque debemos hacer frente a lo que nos propusimos en otro plano. Buscar excusas en anteriores generaciones y vidas pasadas es ahondar las justificaciones.
No estoy diciendo que no sean verdad y que no ayuden a comprender lo que debemos aprender; estoy diciendo que habitualmente se usan como pretextos y no se hace nada al respecto: “Lo que pasa es que es tan fuerte la carga que traigo que no puedo con eso” (es TU carga y es TU responsabilidad, así que puedes con eso). Al huir, se hace peor, porque se repite y se aumenta incansablemente hasta que nos enfrentamos a ella y la terminamos.
De la culpa al afuera a la culpa al adentro.
A la mente le encanta este juego. Como no tiene que activar nada, solo pensar y pensar, adora abrir nuevas puntas en su Narrativa de la Victimización. No conforme con las que conoce, encuentra incentivo en cada nuevo sistema que le permita sumar más razones para los cuentos que se cuenta. Así, muda de terapeuta y de enfoque en su gatopardismo de que cambie todo para que no cambie nada.
“Evoluciona” pasando de echar culpas afuera para echarlas adentro: “Ya sé que no es por mis padres, soy yo” y entonces comienza una nueva ronda de culpabilización, ahora destructiva en forma personal, que divide internamente y castiga, y continúa sin activar el aprendizaje. El “Ya sé” se convierte en la piedra de toque de esta etapa, como si ese mantra cognitivo arreglara algo…
Podemos saber muchísimo y seguir en lo mismo. Hay tres niveles de creación: el pensamiento (ya exhaustivamente trabajado), la palabra (bajar lo comprendido hablando o escribiendo, mientras creamos nuevas circunstancias) y la acción (como vivimos en una realidad material, sin este paso no hay posibilidad de cambio). El alimentar la mente con escapatorias nos llena de cargas que no ayudan.
Es tiempo de Acción.
Finalmente debemos actuar. Ese acto debe nacer en el interior y provocar transformaciones en el exterior. En estos tiempos, se nos pide que acabemos con estos juegos y que asumamos nuestros roles de agentes de mutación. Todo está disponible para nosotros, esperando a que abandonemos la victimización, cerremos karmas, abramos otras oportunidades a las nuevas generaciones, nos aceptemos como creadores responsables.
Suena enorme y difícil. En realidad, es un proceso cotidiano y sencillo: tomar conciencia, cambiar la mente, hacer algo distinto. Cada día, nuestra alma nos va a traer pequeños desafíos, nos va a mostrar otras perspectivas, nos va a acompañar para develarla y hacerla nuestra guía. Esa es la labor en una terapia, según yo: no se trata solo de saber todos los porqué sino de acompañar y sostener en el proceso hasta que eso suceda.