Hace décadas, comencé a observar cómo el sistema detectaba los primeros signos de cambios y los neutralizaba.
Si surgía algo que implicaba una novedad, un rompimiento de estructuras instaladas u obsoletas, un principio de transformación sustancial, lo tomaba y lo hacía moda.
Era bastante evidente: alguna multinacional lo ponía en sus publicidades (las de bebidas son expertas en esto), algún grupo radicalizado aparecía en las noticias, algún autor vendía miles de libros, etc.
De esa forma, se homogeneizaba y dejaba de ser revolucionario, disruptivo, era algo más que pasaba a ser parte del sistema y se desactivaba. Al principio, tardaba bastante. Ahora, es casi inmediato. Enseguida, lo veo en las redes sociales y luego ya no le importa a nadie.
Los cazadores de novedades son las primeras víctimas: enganchan la tendencia y se transforman en gurúes (o seguidores) del tema. Y así también terminan… o siguen corriendo detrás de las zanahorias continuamente. Al final, acaban siendo funcionales al sistema, sin darse cuenta.