¿Eres de los que no paran?

Descubre cómo gestionar tu enorme energía.

Hay gente con muchísima energía.  ¡Pero mucha de verdad!  Son un 35% y no paran.  Los atraigo, porque hay una relación de guía natural con ellos, así que los conozco bien. 

Yo tengo poca energía.  No la necesito, porque mi rol es precisamente orientar, y uno de mis aprendizajes es ser eficiente, para poder enseñárselos.  Lo aprendí rápido, desde mi niñez, y siendo mi madre una de estas personas que no paran, tuve muchos roces con ella.

Siempre ocupada.

Para ella, yo era vaga, soñadora.  Quería zafar de cualquier actividad y buscaba la manera.  Como ella era perfeccionista, cuando me mandaba a realizar algo, ella le encontraba el error y yo aprovechaba para dejarlo enojada y decirle que entonces lo hiciera ella.  Siempre funcionaba.

Una cosa que decía mucho era: “Si no lo hago yo, no lo hace nadie”.  Era su condena… y su poder.  Por un lado, todos sabíamos que iba a terminar encargándose del asunto, así que era su autoprofecía cumplida.  Por otro, eso le aseguraba que se hacía a su manera y le permitía descargar su enorme energía.

Se despertaba de golpe y se levantaba de un salto, lista para ocuparse.  Yo no podía creerlo, porque daba vueltas en la cama y me costaba despertarme.  Le pedía que descansara un rato y, con el tiempo, comenzó a hacerlo… a su manera: leía, tejía, cosía, arreglaba cosas, sabía de todo.

Yo la observaba.  Haciendo lo menos posible.  Pero, cuando me fui a vivir sola joven, me di cuenta de que actuaba a su manera.  Cocinaba como ella (sin medidas, inventando con lo que había), trabajaba rápido y bien, podía con cualquier tema.

Mi padre no tenía tanta energía, pero era un trabajador nato, muy aplicado.  En los arreglos de la casa, como todo hombre, necesitaba a alguien que le alcanzara los materiales y lo asistiera (en realidad, que estuviera ahí).  Desde chica, era su ayudante.  Al revés que mi madre, era lento y minucioso, lo que me volvía loca. 

Sí a todo.

Estando con ellos, aprendí cómo funciona la gente hacedora.  Algo que me llamaba la atención es que se involucraban en cualquier asunto.  Alguien le pedía algo y decían que Sí inmediatamente. 

Luego, se quejaban de que les ocupaba demasiado tiempo, que era mucho más de lo que habían pensado, que no podían con lo propio, que no se lo agradecían, que después no era correspondido cuando ellos necesitaban ayuda, etc.  Era una larga serie de reproches, que se volvían a repetir en cada circunstancia, porque no sabían decir que No. 

Al hacer esto, terminaban con actividades que no les correspondían, pero que ya se había normalizado que ellos se encargaban.  Era bastante común con mi madre, con las mujeres, porque está instituido que nosotras somos multifunción y que está mal que nos neguemos a algo.  A los hombres, les pasa más con el trabajo, que constituye su medida de valoración.

Preguntarse y escucharse.

Lo charlo mucho con pacientes que son así.  Hay dos cosas importantes que deben tener en cuenta.  Una es que se tomen dos minutos (no pueden sostener más tiempo) para preguntarse por qué y para qué

¿Por qué lo hago: alguien me lo pidió, me corresponde, otro se puede encargar, cómo lo hago eficientemente?   ¿Para qué lo hago: es por necesidad de atención,  cariño, reconocimiento, es por un paradigma de lucha y esfuerzo, es por baja autoestima?

La otra es que tienen un GPS natural, que responde con sonidos o sensaciones de atracción o rechazo hacia la invitación… y que no escuchan.  Así, involucran su preciosa energía en cosas que les son perjudiciales, en lugar de utilizarla para lo que les traería satisfacción.

Si quieres hacer lo que viniste a hacer y saber cómo, aquí estoy.  Es mi trabajo.

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