Humillando al ego o cómo no tragar anzuelos.

Cuando tragamos los anzuelos que nos tiran los demás (nuestros Maestros de crecimiento), no maduramos ni evolucionamos.

 

Una paciente me cuenta que estaba teniendo una conversación muy animada y fructífera con su padre (con quien tiene una relación conflictiva) y, de pronto, él le “tiró” una referencia que la hizo volver a caer en los reclamos de siempre.  Luego, ella se dio cuenta de que, en el fondo, él también le reclamaba por expectativas que ella tampoco había cumplido.  Ninguno de los dos era lo que el otro esperaba (algo más común de lo que se piensa).  “Pero, ¿qué hago entonces para no seguir con esto continuamente?”, me pregunta.  “Entre otras cosas, humilla tu ego”, le respondo.

 

Aunque esa no sea la palabra correcta, debemos entender que el ego es una construcción, una multitud de Aspectos que claman ser YO: el miedoso, el soberbio, el generoso, el sádico, la víctima, el trabajador, el vago, el iluminado, el orgulloso y podría seguir hasta llenar páginas.  Las voces de todos ellos nos hablan constantemente y nos confunden, nos limitan, nos enloquecen, nos aclaran, nos ayudan, nos constituyen.

 

Esa construcción está enraizada en nuestras experiencias hasta los ocho años y, generalmente, nunca nos hemos ocupado de conocerla y hacerla madurar, por lo que en realidad somos Niños tratando de ser adultos, los adultos que la sociedad propone como modelo.  Porque, además, ni siquiera sabemos qué traemos como cualidades y atributos definidos y cuáles son nuestros aprendizajes, en qué somos influenciables.

 

En esta confusión, algún Aspecto toma el mando y allá vamos, como soldados inexpertos a plantear batalla, que terminamos perdiendo.  Ese “anzuelo” que le lanzó su padre a mi paciente es un aprendizaje que ella todavía no finalizó y, en lugar de hacerlo, continúa luchando con él.  Por eso, humillar al ego significa (en este contexto) no tragar el anzuelo y trabajarlo.

 

 

Voy a dar un ejemplo personal: hace tiempo, estaba en una clase de meditación, todos en silencio, y una compañera llega tarde; otra la recibe hablando en voz alta, como si estuviera en la calle; le doy una mirada reprobatoria y ella comienza a largarme una andanada de insultos que no esperaba para nada.  Aunque solo la escuchan los que están cerca, a mis espaldas, siento una turbación y un arrebato interior enormes, pero no me doy vuelta y respiro y respiro hasta que se me pasa (no trago el anzuelo).

 

En los días que transcurren hasta la siguiente clase, no paro de darme cuenta de aspectos míos (nocivos) que pasaba por alto, de mi rol y el de ella en el grupo, de cómo eso influía en mi vida en otras circunstancias, de cómo usarlo positivamente, de muchas cosas.  Luego de la próxima clase, vamos a tomar un café y, de “casualidad”, se sienta enfrente de mí.  Se muestra muy amable y yo también; no le tenía rencor porque, gracias a ella, había descubierto un mundo nuevo en mí.  Nos hicimos más cercanas y nunca hablamos del tema.

 

Si yo no hubiera humillado a mi ego vengativo y violento, que quería responderle, no hubiera podido elaborar esos temas que me mostraron cómo no dejarme llevar por él y descubrir nuevas posibilidades.  Estos Aspectos disfuncionales son los que habitualmente toman el mando, haciéndonos sentir mal e insuficientes, pero no los trabajamos, solo dejamos que sigan reclamando, como Niños, comprensión y amor.

 

Cuando tragamos los anzuelos que nos tiran los demás (nuestros Maestros de crecimiento), no maduramos ni evolucionamos.  Lo que precisamos es callarnos y hacer la sagrada labor de conocernos, aceptarnos y amarnos así como somos.  Atraemos lo que necesitamos para sanar y ser nosotros auténticamente.  Cuando lo logramos, dejamos de convocar lo que más tememos y nuestras relaciones se vuelven más pacíficas, valiosas y florecientes.

 

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