Las generaciones viejas, como la mía, tendemos a referirnos a las nuevas como “de cristal”. El tema es que las intermedias se fueron de un extremo al otro… ¿Y si dejamos de juzgar y empezamos a construir resiliencia con amor?
De la resistencia al cristal.
Cuando era chica, me llamaba la atención la resistencia de mis padres, en todo sentido. Sin importar qué sucediera, ellos seguían adelante. La muerte de parientes, las pérdidas económicas, los sacrificios enormes, las coyunturas políticas, cualquier cosa era superada, sin cuestionamientos: había que aguantar.
Yo era una niña hipersensible, quien según mi madre, “pensaba demasiado”. No entendía cómo todos (su generación y luego la mía) podían continuar a pesar de los problemas, sin aparentes huellas o heridas. Aun así, cuando me tocó salir a la vida, tuve que ingeniármelas sola para hacer frente a las cosas.
No hubo recomendaciones ni consejos ni cuidados. Fue aprender a base de Prueba y Error, hasta encontrar mi camino y mi manera. No reniego de esto, pero fue duro y angustiante muchas veces (demasiadas). Con el tiempo, fui observando cómo los padres preservaban esos comienzos bastante más (demasiado). Antes había que aguantarlo todo. Ahora, evitarlo todo. En el medio, se olvidó de enseñar a enfrentar lo inevitable.

Hijos fáciles en un mundo difícil.
En ese afán de que los hijos no pasen por sus penurias, que no les falte nada, que no sufran, la mayoría los sobreprotegió. El cambio en la sociedad también contribuyó, al hacerse más confortable, accesible, consumista, propiciando el placer sobre el dolor, la comodidad sobre el sacrificio, la cantidad sobre la calidad, haciéndose menos profunda.
Se pasó de un polo al otro, casi sin transiciones. Al principio, había una cultura progresista y abundante, pero, con el tiempo, se fue haciendo exigente y cada vez más peligrosa. Ahora, en unos cuantos lugares, se va tendiendo a la violencia, el consumo (de lo que sea), la incertidumbre, el estrés, la ansiedad, etc.
Se crían hijos fáciles para entornos difíciles. Muchos chicos no están preparados para lo que encuentran. Creen que van a tener los mismos resguardos y ventajas que en su casa, piensan que podrán hacer lo que quieren, que no tendrán consecuencias.
Esto último es típico de la juventud (hasta el regreso de Saturno, a los 28/30), pero ahora está aumentado y extendido. Salen pensando que se comerán el mundo y es al revés. Y no se trata solamente en el trabajo o en lo económico; emocionalmente, no están capacitados para las inclemencias del mundo que viene.

“No seas la colchoneta”.
Constantemente, discuto este tema con padres, tanto en lo personal como en lo profesional. No voy a entrar en las razones (que son diversas), pero la actitud de preservarlos, no hacerlos pasar por sufrimientos, salvarlos es poco sensata.
Les digo: “No seas la colchoneta”. Para cuidarlos, se ponen entre medio de sus hijos y de la realidad. Lo único que logran es que no aprendan lo que necesitan y que sean subordinadas de ellos para siempre, criando personas dependientes, frágiles, ilusas, inexpertas, inconstantes.
Finalmente, cuando no estén o ya no puedan serlo, ellas se estrellarán contra todo lo que no enfrentaron, sin herramientas ni resiliencia. El resultado del cúmulo de lecciones y experiencias no vividas será mucho peor que cualquier imaginación de lo que “les puede pasar si no los cuido”. El daño no lo hace la realidad, sino la falta de preparación para enfrentarla.
Individuación: lo que hay que enseñar.
Esta actitud sobreprotectora se da no solamente entre padres e hijos pequeños o adolescentes sino también ya adultos y, además, en otras relaciones. Incluso con nosotros mismos: no afrontamos situaciones o personas, por temor a lo que pudiera suceder, y terminamos débiles, desvalorizados, a merced de nuestros desvaríos mentales y emocionales.
Es ineludible cuidarnos y cuidar a los demás, pero no a expensas del crecimiento saludable. Debemos desarrollar las cualidades y los dones que traemos, al mismo tiempo que aprendemos lo necesario. Eso es Individuación, ser quiénes somos. Será sumamente valioso en el futuro, será lo que haga la diferencia.

Haz las Cartas de Diseño Humano de tus hijos (y la tuya), para que sepan quiénes son y poder guiarlos de acuerdo a sus dones y desafíos.