¿Qué es la culpa? Una discordancia con algún sistema de valores personal o social. Venimos con este código desde hace siglos y lo estamos revisando (al igual que el de la victimización), consciente e inconscientemente, individual y colectivamente.
Si la tomamos como algo positivo, es:
- Una señal para examinar nuestra conducta.
- Un análisis interno para detectar actitudes y acciones que nos hacen y hacen daño.
- Una oportunidad de aprender, solucionar, reparar, perdonar.
- Una toma de responsabilidad.
La culpa tóxica o neurótica.
Es así cuando es consecuencia de un sistema rígido de valores. El ego (en algún momento de la niñez o adolescencia, debido a traumas y/o influencias familiares o sociales) elabora una norma de “superioridad moral” al que debe someterse estrictamente. Por su propia rigidez, es una exigencia imposible de cumplir, que causa constantes choques entre la idealización pretendida y la realidad, ocasionando dolorosos conflictos. Es el continuo “deber” en cualquier situación: “yo debí hacer tal cosa”, “yo tengo que cumplir”.
Todo se polariza en lo bueno y lo malo (sin términos medios ni equilibrios) y la persona se transforma en un juez implacable de su propia conducta y la de los demás. En este último punto, paradójicamente, se termina creyendo responsable de la vida de los otros y sufriendo por lo que no puede ser o hacer por ellos, lo que, generalmente, hace que no se responsabilice de sí mismo.
Así, magnifica exageradamente sus “defectos, fallas, errores, ausencias”, criticándose sin piedad por lo que debería ser o realizar, mientras su vida se hunde en la culpa, en un círculo vicioso continuo.
¿Qué resultados trae esto?
Primero, vive atada al pasado. Luego, se relaciona a través de ella: hay una cadena de “educación” (el pasaje del código) de padres a hijos, un intercambio entre amigos y colegas. Hace experimentar una incómoda sensación sutil (a veces no tanto), un tironeo interior producto de frases como: “si no haces/hago esto, me voy a sentir mal”, “sólo deseo tu bien”, “no merezco tanto/nada”, “me sacrifico por tu bienestar”, “yo doy tanto por ti”, “eres lo más importante en mi vida y me respondes así”, “no soy suficiente”, “no pude hacer nada por cuidarte”, etc.
Además, la persona no se hace responsable de su accionar y vive dando disculpas y pretextos, sin aprender de sus equivocaciones, lo cual la lleva a sentir una intensa humillación y desprecio internos.
¿Cómo solucionarlo?
En principio, es necesario reconocer que se está bajo una norma rigurosa, negativa, perfeccionista y exigente. El ego se ha impuesto reglas asfixiantes e inhumanas, a fin de sentirse “bueno”, de expiar algún pretendido mal mayor, de evitar situaciones conflictivas. Esto no funciona, porque estamos aquí para aprender en base a prueba y error.
Por otro lado, siempre hacemos lo que podemos, de acuerdo a nuestra evolución. Castigarse durante una vida entera por lo que fue posible en determinado momento es improcedente e inútil. Las normas de conducta deben ser flexibles y adecuadas al desarrollo de nuestra conciencia.
Cuando nos sentimos culpables, podemos analizar nuestras actitudes y acciones desde un marco compasivo y respetuoso hacia nosotros mismos. Al reconocer las pautas reincidentes, podemos aprender de esos errores o fracasos e implementar nuevas conductas, desactivando el mecanismo de la culpa en el proceso. Lo importante es darnos cuenta de las causas de la culpa, los comportamientos que nos empuja a repetir, las responsabilidades que nos pide asumir y las acciones que implementaremos.
Tiempo de evolucionar.
Cuando aceptamos que, debido a la cultura en la que vivimos, es normal sentir culpa, somos más comprensivos con nosotros mismos, lo que nos permite tratarla y removerla. En principio, cambiemos, aun con culpa, hasta que se diluya. También, hace que fundemos nuestro propio sistema de valores, acorde a nuestra evolución.
En el fondo, la culpa es una forma velada de control y castigo. Cuando nos asumimos como creadores de nuestra vida, no necesitamos eso. Podemos apropiarnos de lo que deseamos y accionar para lograrlo. Si “fracasamos” (o sea, si obtenemos resultados distintos a los que nos propusimos), aprenderemos de esa experiencia. Si dañamos a alguien (o a nosotros mismos), pediremos perdón y nos perdonaremos. Todo sirve a los más altos propósitos de nuestra alma. Por eso, aceptarnos y amarnos más allá de cualquier circunstancia es el remedio para disipar la culpa.
2 comentarios
Me parece una excelente página según veo la introducción sobre este Tema.
Se manera que me gustaría recibir sus boletines. Gracias
Manuel Sanz Moreno
Venezuela.
Ya estás suscrito, Manuel. Te agradezco tu comentario y te mando un luminoso abrazo.