El lunes, escribí acerca de cómo usamos mal nuestra comunicación. Pocas personas se dan cuenta de la enorme importancia de este tema. Lo que nos decimos “impregna” nuestras vivencias tan fuertemente que las acaban determinando, porque es la forma simbólica en que expresamos cómo nos sentimos y qué pensamos.
Una de las maneras en que malogramos los procesos es generalizar: no nos va bien en un aspecto (o hasta en varios) e inmediatamente llevamos ese sentir hacia las demás áreas y pronto hacemos un drama de todo.
Me gusta ejemplificar esta conducta en cómo es navegable un barco: éste tiene compartimentos estancos para prevenir naufragios. Si tuviera un choque o una avería en uno, los demás seguirían vacíos y podría continuar adelante. En lugar de limitar los inconvenientes a ese solo que no funciona, nosotros inundamos rápidamente los compartimentos y hacemos hundir el barco con nuestra actitud dañina y trágica.
Alguien dirá: “Todo muy lindo, pero (otra forma negativa de comunicarse) el Titanic se hundió porque todos los compartimentos se anegaron en el choque con el iceberg”. Sí, hay veces en la vida en que eso sucede; el tema es que nosotros no somos el barco, somos el capitán del barco y no nos tenemos que hundir con él. Si aprendemos de la experiencia, pronto estaremos capitaneando otro buque…
De paso, es también una metáfora para estar presentes, para poner nuestra atención en esto que está pasando aquí y ahora y no tener mil cosas en la cabeza que hagan que desperdiciemos o estropeemos lo que tenemos entre manos. Es una receta para el estrés: “me ocupo de lo que está sucediendo ahora; de lo otro, cuando llegue el momento”.