
Tendemos a considerar que hay emociones buenas y malas. Al dividir así las experiencias de la dualidad, nos fragmentamos y luchamos contra nosotros mismos.

La ira tiene propósito. Uno es poner límites, defendernos de los que quieren abusar de nosotros, obligarnos a hacer algo que no queremos, pasar por encima de nosotros. El otro es descargar la frustración, para poder continuar.

Si no la sentimos o la negamos, para ser “buenos”, terminaremos siendo “buenudos” y los demás encontrarán terreno libre para lo que deseen. Tampoco, se trata de estar enojados continuamente, sino de saber usarla en el momento oportuno, con las personas que lo merecen (no con los que no tienen nada que ver o con nosotros mismos siempre).

La emoción es pasajera, es un llamado a la acción frente a un estímulo. También, está relacionado con lo que pensamos. Démosle su lugar y dejemos de etiquetar la vida.