Duelar duele, pero es necesario.

Dejar ir para continuar.

En estos tiempos de transición, todo está mutando y mucho termina yéndose (este año, será particularmente dedicado a este tema).  También, las expectativas.  Todos vivimos enganchados de modelos idealizados de cómo ser nosotros mismos, los roles, las relaciones, el trabajo, la vida…  La mayoría se queda esperando que las cosas cambien y se adecúen a sus ilusiones, sin darse cuenta de que nunca serán.  Ese proceso de duelo es doloroso, pero imprescindible. 

¿Qué duelamos?

Cuando nos referimos al duelo, tendemos a pensar solo en personas, pero es más amplio.  Cualquier pérdida requiere de esa fase que nos habilite a seguir.  Para eso sirve: nos permite despedirnos y continuar.  Algunos ejemplos son:

  • El cuerpo: cambia, engorda, se enferma, se avejenta.
  • Los roles: no cumplir con ser “buen o excelente” hijo, padre, cónyuge, empleado, emprendedor, proveedor, amigo.
  • Las relaciones: se transforman, se alejan, finalizan, se espacian, cambian los intereses.
  • Los padres: no son los héroes de la infancia, no pueden todo (no pueden darnos todo), son imperfectos, envejecen, mueren.
  • Los hijos: dejar de ser solo hijos para ser padres, las transiciones de edad o de condición (bebé, niño, adolescente, adulto, casado, divorciado, sin hijos, no heterosexual, sin trabajo, dependiente), las expectaciones de cómo deberían ser.
  • El trabajo: estudiar y no dedicarse a ello, no encontrar lo que se desea, no ganar lo suficiente, esforzarse mucho y no lograrlo.

Si se trata de un ser querido, el verdadero duelo comienza cuando aceptamos que ya no estará.  Otras etapas (como la negación, la ira, la negociación y la depresión) funcionan como maneras de ir llegando a la aceptación final de que ya sucedió y que deberemos avanzar sin él.  O con él, pero adentro, como parte de nosotros; ahora, nos pertenecen sus experiencias, sus enseñanzas, sus sentimientos, sus recuerdos.

¿Qué tememos?

Encuentro que todos estamos atravesando duelos en estos momentos.  Y nos resistimos con ganas.  Los más grandes tienen relación, como comenté al principio, con expectativas.  Sueños, idealizaciones, planes, creencias de lo que debería haber sido cualquier cosa, viejas partes de uno, grandes aspiraciones, pequeñas pretensiones, todo está cayendo en el vacío.

Le tememos al vacío.  Por eso, tenemos generalmente esos propósitos o actividades o relaciones, para llenarnos.  Y estamos tan llenos de designios que no nos pertenecen verdaderamente que no podemos avanzar.  Nos quedamos esperando ese tren tan ansiado en la estación, derrotados pero de pie, detenidos en la nada misma, fieles a la paradoja…

Duelar nos permite caer, ser sustentados por la Tierra, por la realidad, en lugar de sostener burbujas de aire mentales, reconocer lo que no es ni será porque nunca fue, porque generalmente eran deseos del ego, de la sociedad, de los traumas, de la baja autoestima, de no conocernos.

¿Cómo y para qué duelar?

Llorar, patalear, enojarnos, gritar, tirar cosas, hablar, escribir, ir a terapia, cualquier actitud que nos libere de emociones, pensamientos y situaciones viejos sirve.  No debemos avergonzarnos ni temer esas expresiones.  Es peor victimizarnos eternamente.  Estar muertos por dentro.  Ser otros para encajar.  Hacer cualquier cosa para no conectar. 

Ese primer paso es necesario.  Luego, viene la verdad.  Puede ser que hayamos perdido sueños, cosas reales, vínculos, lo que sea, pero partir de lo que ES aquí y ahora nos habilita para ser creativos, libres, potentes, amorosos.

Al despedir conscientemente, al renunciar a ser víctimas de la vida, nos permitimos ser nosotros mismos, descubrir nuestros dones y potenciales, crear la existencia que apoye nuestro aporte original, compartir con iguales, comprender que todo tiene un ciclo, dejarnos llevar por el Ser que conoce el camino, movernos en la Luz.

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