Charlando con una paciente con problemas de sobrepeso, era clara su tendencia a la gratificación momentánea, que después implicaba culpas y críticas por el impacto en sus metas. No es de extrañar esta actitud en una sociedad que privilegia la recompensa rápida y desdeña los procesos, sobre todo si involucran cambios interiores.
El comportamiento de posponer la gratificación, de resistir la tentación de una recompensa inmediata por esperar una recompensa mayor después se aprende en la niñez… aunque no siempre. La capacidad para retardar la gratificación se relaciona con habilidades similares como la paciencia, el control de impulsos, el autocontrol y la fuerza de voluntad, los cuales están relacionados con la autorregulación emocional.
Es obvio que la cultura no ayuda a aprenderlo si no lo hicimos en la infancia. Todo es YA! Y si no lo obtenemos enseguida, cambiamos de objetivo o nos castigamos, sin cambiar el comportamiento. Tomando conciencia, podemos percibir el momento en que nos vamos a lanzar a la acción (o cuando ya lo hicimos) y frenarlo, respirar, recordar lo que deseamos y desviar la atención hacia otro acto que nos sirva mejor.
Para ello, es importante MOTIVARNOS con entusiasmo. La mayoría no tenemos fuerza de voluntad, así que es fundamental tener buenas motivaciones y poner perseverancia para cortar el ciclo continuo de gratificación momentánea y culpa posterior que no conduce a nada. No seamos pisa-brotes, amémonos lo suficiente para permitir nuestra evolución.