Hay una máxima que siempre me hizo ruido: “Si no recordamos el pasado, estamos condenados a repetirlo”. Generalmente, es al revés: reincidimos porque lo recordamos. ¿Te pusiste a pensar alguna vez este tema? Sería bueno que lo hagas, porque influye totalmente en la percepción y experiencia de tu vida.
Por un lado, repetimos los problemas porque no aprendimos de ellos. Los procesos de aprendizaje se dan a través de Prueba y Error y los seguiremos reiterando hasta que finalmente lo logremos. Una vez que ya tenemos una nueva actitud o conducta, se incorpora (palabra fundamental: entra al cuerpo y no está dando vueltas en la mente) y no es necesario recordar nada, porque es parte de nosotros.
Por otro lado, las “lealtades familiares” hacen que reincidamos con ciertas falencias generacionales, porque siempre fue así para nuestra familia (pobreza, violencia, abandono, etc.) y debemos ser fieles a los mandatos. Tomar conciencia de esas cadenas de sufrimientos y limitaciones hace que las cortemos, sin culpas, para instalar nuevas premisas que ayuden a progresar al clan familiar.
El tema imprescindible a considerar es el mecanismo a través del cual le damos tanto poder a la memoria. En terapia es parte sustancial, por supuesto: se inicia una suerte de arqueología del pasado, desenterrando restos sin parar, que muchas veces termina en una especie de relato masoquista, que excusa comportamientos presentes con hechos ocurridos (si no vas a terapia, lo haces inconscientemente, pero es parte sustancial de nuestra mente). Ese no es el propósito precisamente, pero la memoria es subyugante y la necesidad de justificaciones es ventajosa.
¿Cómo solucionamos esto? Considerando esos sucesos como experiencias que nos condujeron a determinado aprendizaje: nos quedamos con él y soltamos la vivencia. Esto significa, sobre todo, liberar la emoción. Lo que hacemos cuando recordamos algo y volvemos a sentir enojo, humillación, tristeza, lo que sea, es traer el pasado al presente y recrearlo. Así, somos esclavos de lo sucedido, perdiendo la oportunidad que se despliega en cada instante.
Entonces, se trata de sostener un nuevo paradigma, lo cual involucra perseverancia, creatividad y amabilidad hacia nosotros y los demás. En lugar de culparnos y justificarnos, como víctimas, nos ponemos en protagonistas de nuestra historia, en responsables de nuestro acontecer, en maestros de nuestra evolución. Al enraizarnos en el cuerpo (esto es lo que significa vivir en el aquí y ahora), reeducar la mente (tener otro parámetro, uno propio) y manejar las emociones (que dependen del marco mental y que son solo mensajeras, no nos definen), nos permitimos estar en Presencia, uncidos a la Vida.
¿Es difícil? Pregunto: ¿no es más difícil soportar ese cúmulo de memorias inútiles que entorpecen tu desarrollo? Si estás presente, cada vez que aparece esa emoción, ese recuerdo, esa necesidad de autocastigarte, dite: “Esto no está sucediendo ahora, fue parte de mi aprendizaje, ahora elijo esto otro”. Y, sobre todo, pregúntate: “¿Esto me sirve, me apoya, me expande, me conecta?”. Si no, cámbialo, lo cual implica que tengas una nueva visión de ti mismo y de tu vida.
Es mucho más sencillo de lo que crees. No te quedes prisionero de estructuras que están cayendo estrepitosamente. Escucha tu corazón, tu alma. Deja atrás las ilusiones que te venden de un lado y otro (hay tanta mentira en tantos ámbitos…). Encuentra tu verdad y vive de acuerdo a tu vibración.