Una paciente, que ha discutido sin parar con su marido por años, me vuelve a contar la misma pelea de siempre (no importan las circunstancias ni las personas, en el fondo es la recurrencia de los motivos básicos). De nuevo, le contesto que engancharse a la provocación de él solo perpetúa el mecanismo, sin cambiar nada. En realidad, eso es lo que ambos desean: seguir aferrados a las heridas de sus Niños Internos, lidiando afuera una causa interior, buscando cuál sufre más y cuál merece tener razón.
Finalmente, lo comprende. Deja de responderle, pone límites, no se encadena. “Milagrosamente”, él comienza a no ofrecer pelea, se ocupa de otras cosas; cuando quiere reiniciar el bucle, no encuentra con quién seguir y se apaga pronto: “Para bailar un tango, se necesitan dos”, nunca mejor usada la frase, porque el tango es un tragedia eterna, que vuelve una y otra vez al mismo tema.
Como estamos educados en la lucha, no concebimos otra forma de conseguir lo que deseamos que pelear afuera. Como damos por descontado que todo será difícil y disputable, no imaginamos que pueda ser sin drama ni problemas irresolubles. Y aquí estamos, creándolos continuamente… Es más, estamos orgullosos de poder superarlos; basamos nuestra autoestima en cuánto luchamos y nos sobreponemos. Semejante idea solo puede originar más problemas.
Pero, volviendo al principio, el primer paso para salir de este círculo vicioso es dejar de reaccionar en el afuera. Cuando lo hacemos, le damos poder tanto a la persona como a la causa que lo ocasiona. Estamos permitiendo una vez más que el otro decida nuestro comportamiento y que el motivo de la discusión se reafirme como lo más importante para nosotros, en lugar de solucionarlo internamente y que deje de existir. La reacción es nuestro ego indicando quiénes y cómo somos, y lo débiles que nos sentimos frente a situaciones que no logramos resolver; por eso peleamos, para que no se note…
También reaccionamos para tener razón, para que nos comprendan, para defendernos, para sacar nuestros peores costados, para mostrarnos… porque no sabemos hacer otra cosa. Eso es la reacción: algo repetitivo, instalado en algún momento de nuestra infancia o adolescencia, sin soluciones, sin opciones, sin sentido (aunque pareció tenerlo cuando comenzó).
No es fácil dejar de hacerlo, porque es automático. Sale y ya. Tenemos que establecer un Testigo interno que comience a observar esos patrones mecánicos y los detenga. Al principio, nos daremos cuenta cuando ya saltaron, pero paremos en ese instante. Con el tiempo, podremos contenerlos antes de que surjan. Lo crucial es entender que tenemos otras opciones; en lugar de discutir, es posible hacer silencio o una broma o un límite o cambiar el tema o lo que sea. Tenemos libertad de decidir.
El ego considera esto una desgracia, un sometimiento. El ego que no está conectado al Ser ES un sometimiento al automatismo generado por la familia, la sociedad y la cultura, por los asuntos sin resolver, por la emocionalidad desbordada, por el desconocimiento de quiénes somos. Al final, no se trata de controlar las reacciones del ego, sino de establecer al Ser como guía, de encontrar la Luz interior, de respirar paz, de ser sencillos y auténticos, de respetar a los demás en sus procesos, de estar centrados en el aquí y ahora con aceptación. Encuentra tu afirmación interna y no tendrás que pelear nada afuera.