En medio de esta pandemia, muchos sueños han caído y muchas ilusiones se han desvanecido. El panorama que podríamos haber previsto hace años no es el que se presenta. Planificamos, creímos, visualizamos, trabajamos, hicimos todo para que se concrete pero no sucedió… y duele intensamente…
Una relación de amigos, un matrimonio, un puesto ansiado, un emprendimiento, una muerte repentina, una promesa, un viaje soñado, un proyecto largamente elaborado, una situación de vida imaginada, un estado idealizado, el fin de una etapa, cualquier cosa pequeña o enorme en la que hemos puesto lo mejor y lo peor de nosotros (todo nos constituye) se viene abajo. Puede caer como un rayo o irse mostrando poco a poco, mientras forcejeamos por detenerlo sin resultado, pero la realidad es esta, esto es lo que hay.
En una sociedad que niega la muerte, cuesta hacer el duelo. Tenemos que estar bien, seguir adelante, mostrarnos positivos, decir palabras sabias y puede que lo consigamos, que sepultemos la tristeza, la frustración, el desencanto, el dolor, en el fondo de la mente y el corazón por poco o mucho tiempo, pero en algún momento surgirá, imparable y formidable como un geiser, como un terremoto.
¿Cómo afrontarlo, cómo transitarlo? Los demás, que se ven reflejados en la decepción y el sufrimiento, tratarán de levantarnos y hacer como si nada sucediera (o se alejarán porque no lo soportan). Pero no hay nada de malo en ello. ¿Por qué debemos estar bien todo el tiempo, por qué esta necesidad de sonreír constantemente, de mostrar una máscara de éxito y superación? Hace mucho, un director de cine europeo contó que su productor norteamericano, cuando se saludaban y él le preguntaba cómo estaba, siempre le respondía: “¡¡súper bien, maravillosamente!!”, seguido de una sonora risa. Este director, que había pasado por muchos avatares y que vivía en una zona que había sobrevivido a tantas cosas, se mostraba sorprendido e intrigado: “¿Es que jamás le pasa algo, que nada lo afecta?”. Parece que hemos seguido la escuela norteamericana…
El fracaso puede ser un gran maestro. Es más, puede bajarnos del Ego de un plumazo y acercarnos a la profundidad e integridad del Ser. La melancolía y la tristeza pueden ser el caldo de cultivo de una creatividad desconocida para nosotros. La decepción y la desilusión pueden volvernos humildes y compasivos y abrirnos nuevas puertas. No se trata de vivir en el sufrimiento sino de aceptar que nos sucederá en algún momento y que podemos atravesarlo sin huir, sin llenarnos de pastillas, sin enmascararnos, sin desensibilizarnos, sin destruirnos.
La palabra es “aceptación”. La confundimos con resignación, sometimiento, renunciación o conformismo pero verdaderamente se trata de dejar de luchar y pelearnos con nosotros mismos y con la vida.