Así como antes se normalizaba el aguantarse cualquier cosa, ahora se normaliza el quejarse de todo, la victimización. Los dos comportamientos tienen “adeptos” en este momento.
Lo viejo y lo nuevo.
Observo que muchas personas continúan en el antiguo paradigma de que hay que soportar lo que sea, como sea, con quien sea.
Matrimonio, empleo, gente fastidiosa, ruidos molestos, normas ridículas, síntomas corporales, avisos mentales, la lista es enorme. Hay que seguir adelante, sin importar los hechos, los sentimientos, los sacrificios, la salud, etc. Porque es lo que tocó o porque no se sabe cómo salir de ahí.
Ahora, está de moda no aguantar nada, quejarse por todo y atribuir el problema a alguna entidad maniquea y poderosa, que somete a sus arbitrios o acciones.
Patriarcado, feminismo, multinacionales, trabajo esclavo, nuevos géneros, neurodivergencias, aparecen nichos varios que se victimizan y requieren ayuda inmediata.

Todos tienen (su) razón.
Según el punto de vista, la época, las condiciones, cada uno posee parte de la verdad. El tema es que la verdad se construye entre todos y no nos ponemos de acuerdo.
Al estar en una transición, los modelos se superponen y se enfrentan. Depende de dónde estemos, así nos ubicaremos y tomaremos decisiones. Luego, vendrán las consecuencias.
Las viejas generaciones tienden al modelo de hacer y agachar la cabeza, tolerando lo que sea. Las nuevas han sido criadas en la sobreprotección, que hace que no estén preparadas para lo que se encuentran.
Ya vienen con una sensibilidad mayor, con chips de tecnología incorporados, con ideas de facilidad y comodidad, renuentes a los sacrificios y las luchas.
En una dualidad, todo tiene sus partes buenas y malas. Son signos de los tiempos y es preciso aceptarlos. Unos deben adaptarse a lo nuevo y otros deben crearlo, en medio de una transformación sin precedentes.

Cómo transitarlo.
En el fondo, hay cosas que no cambian. No se trata de aguantar ni de victimizarse, sino de sostener un proyecto de vida propio, adaptándose a las condiciones vigentes, sustentando la incertidumbre y la inseguridad (que siempre existieron, pero que creíamos que las habíamos “dominado”).
Lo difícil es conocernos y saber cuál es esa vida individual. Poner límites, a uno mismo y a los demás. Comprender la energía real que tenemos, sin creer que podemos todo (o nada). Percibir qué estamos dispuestos a ser, tener y hacer verdaderamente.
Ahora, se impone la impulsividad, la rapidez, el ganar dinero fácil, el mostrarse, el “manifestar” (concepto que pocos pueden respaldar), el emprender (sin tener condiciones para ello), engancharse de lo que está de moda, etc.
Esperar y fluir es una buena estrategia. Escuchar al cuerpo. Estar atento al entorno. Tener relaciones fuertes y solidarias. Conocer el diseño.
Confiar es la clave.
Nunca sabremos lo que vendrá ni estaremos preparados o seguros del todo (son imposibles), pero sí es posible confiar en nosotros mismos y nuestros recursos originales.
Ya somos. Ya podemos. Y lo que no, lo aprenderemos. Momento a momento. En el aquí y ahora. Eso es del cuerpo, del Alma, no de la mente. Y eso ya lo tienes.

Conócete y a tus recursos con tu Carta de Diseño Humano.