Hay muchas cosas que damos por sentadas. Una de ellas es la gravedad; estamos lidiando con ella constantemente pero la tenemos tan internalizada que no nos damos cuenta de sus efectos… salvo cuando la desafiamos desde el borde de una cornisa. Otra cosa es el contexto en el que vivimos. Damos por hecho el idioma, la clase social, la cultura, la historia, los valores, la religión, el sistema económico, la ropa, nuestra historia familiar. Pareciera que todos los compartimos. No es así. Es muy diferente el contexto entre países como Argentina, Estados Unidos, Arabia Saudita o Nigeria. Y, aún dentro de cada uno, es distinto en cada ciudad, estructura social o individual.
¿De qué te sirve esta información? En principio, para no dar por sentado nada sino para valorar las diferencias y agradecer tus condiciones, sean cuales sean, tanto en lo personal como en lo colectivo. Luego, para preguntarte en cuál contexto estás insertando tu vida. ¿Reflexionamos juntos? Comencemos por el inicio. ¿Qué cuentos te estás contando acerca de tu infancia? ¿Que no son cuentos sino realidades? Lamento contradecirte; como dijo Alejandro Jodorosky, “la memoria almacena no lo que has vivido sino las interpretaciones subjetivas de lo que crees haber vivido”. Es una diferencia abismal. Tu infancia es terreno ganado por la versión emocional de sucesos recortados por tu subjetividad.
Todo lo que has vivido hasta los ocho años te marca para siempre. Lo que piensas acerca de ti mismo, de la vida, del amor, de las relaciones, del trabajo, de lo que es posible y no, está originado en esos primeros años. Cada reacción del presente es un eco del pasado, un Niño Interno manejando a tu Adulto con sus creencias y emociones, sin importar la edad ni el lugar. Es imperecedero, puede ser una condena eterna, un círculo vicioso… a menos que lo revises y le cambies el contexto.
¿Cómo haces esto? Primero, desapegándote del cuento que te has relatado y pudiendo ver tu historia en términos de un diseño sagrado. En lugar de victimizarte y preguntarte porqué has atravesado tantos hechos dramáticos, interrógate para qué has elegido esos padres, ese nivel social, esos dones, esos desafíos; qué situaciones se repiten; qué emociones surgen constantemente, acompañadas de qué pensamientos, decretos, concepciones. En síntesis, ¿de qué se quedó enganchado tu Niño Interno?, ¿cuál es el mundo que asimiló y que repite a su pesar?
No hay condena aquí. Hay oportunidad de evolución. Tu infancia y lo que te quedó como trauma, herida, mandato, es lo que debes resolver, porque así te sanas, te completas, te expandes, liberas tu potencial, te conectas con tu Ser. Cambias tu pasado porque cambias el contexto de sufrimiento y lucha por uno de creación y libertad; transmutas la carga y la culpa por la responsabilidad y la pasión; trastocas el tiempo lineal por un ahora de presencia y plenitud.
Al organizar el rompecabezas de tu existencia en un juego de aprendizaje y creatividad, estás preparado para transformar lo que ya no te sirve en lo que deseas experimentar en el presente. Así como no te das cuenta de cómo la gravedad te obliga a gastar energía en mantenerte alineado para no caerte de nariz al suelo, tu visión de la infancia te obliga a volver al pasado y no te deja energía para vivir en el presente. Al sanarlo en su origen y poner tu atención en lo que deseas ahora, te llenas de entusiasmo y poder para concretar tu pasión en cada instante.
Lo que no quieres ver te mantiene en la oscuridad y reclama un precio exorbitante para mantenerse secreto. Pero es inútil y sin sentido. Tarde o temprano, eclosionará y saldrá a la superficie. En lugar de huirle y atemorizarte, dale un contexto amable, confiado y enriquecedor. Invita a tu Niño a que te cuente sus miedos y esperanzas y sé el Padre/Madre que siempre deseó tener. Así, se completa el círculo virtuoso: en lugar de buscar afuera, comprendes que sólo tú te puedes dar lo que te hace feliz. Finalmente, te integras en tus luces y sombras y te sientes en paz para crear tu mejor versión de ti mismo.