
El lunes, comenté acerca de hacer demasiado, de salir corriendo detrás de los otros como ambulancia. Esa actitud, que parece tan loable y es tan aplaudida por la religión y la cultura, encierra una trampa.

En realidad, implica una coacción al otro, un imponerle lo que uno piensa que es lo más beneficioso para él. “Yo te salvo, te ayudo a ser o hacer lo mejor para ti”. ¿Y cómo sabe eso? Si el otro no se enfrenta con sus propias debilidades, desafíos, imposibilidades, nunca podrá sacar sus fortalezas ni aprenderá.

En el fondo, es un ayudar para estar tranquilo, para no sufrir, para hacer que el otro esté dentro de los parámetros del socorredor. El mejor regalo de amor que podemos brindar es dejarlo libre, permitir que encuentre su ser y sus recursos.

Las mujeres han sido sometidas durante siglos a este “cuidado”. Y lo terminan haciendo con sus maridos, hijos y conocidos. Es tiempo de soltar esta conducta y honrar la libertad.