
Odiaba esta frase. Yo siempre quería cuestionarlo, pelearlo, cambiarlo, terminarlo; no importaba lo que fuera, si me molestaba o no estaba de acuerdo, algo tenía que hacer.

Después de tanto revuelo (acorde a mi diseño de Hereje), me lo estoy replanteando hace bastante. No porque me resigné, sino debido a que la lucha no consigue nada real (termina siendo funcional al sistema).

En principio, no me deja vivirlo. Sea bueno o malo (¿quién decide eso?), sea placentero o doloroso, sea físico o psicológico o espiritual, sea futil o importante, la reacción y su consiguiente acción me impiden tomar conciencia, darme cuenta de sus implicancias, de sus alcances, de mis posibilidades.

Si lo permito, lo saboreo, lo siento, lo dejo pasar, lo internalizo, lo habilito con sus señales y mensajes, quizás no tenga nada que hacer. O haga algo conmigo.

En lugar de querer encontrarle explicaciones, excusas, justificaciones, motivos, causas, y toda la parafernalia que mi mente necesita para estar en control (¡pobre ilusa!), acepto y agradezco.

Qué bien!!! Es lo que hay…