La mente vive en automático. Así, gasta menos energía; es más eficiente, al dar una respuesta instantánea, que ya se probó y se conoce. Funciona con lo cotidiano: no necesitamos pensar cómo manejar un auto, hacer una comida o resolver una cuenta, sale solo. El problema se suscita cuando involucramos temas más profundos, cuando está en juego lo emocional, lo relacional, lo íntimo.
También, sale solo el pensamiento implantado, la queja, la contestación iracunda, el automatismo de años, eso que ni siquiera nos planteamos porque “es así/soy así”. Si no aprendemos a hacer un espacio ante la respuesta mecánica y darnos oportunidad de algo nuevo, solo somos robots, programados en los primeros años de vida, que repiten constantemente lo mismo, sin permitirse explorar otros aspectos, otras posibilidades, otros caminos.