Aprendí que la aceptación viene con el hartazgo… Hartarme de sufrir, de esforzarme, de querer parar un tsunami con la mano. Varias veces en mi vida, he pretendido apuntalar incesantemente circunstancias que veía que no daban para más, pero continuaba tratando de que no se cayeran, de sacarles hasta la última gota de existencia. Por miedo, por orgullo, por ignorancia, por desidia, por lo que sea.
Cuanto más las alargaba, más fuerte era el impacto. Me estrellaba contra el fondo del pozo sin miramientos, con grandes pérdidas, hasta que me di cuenta de este mecanismo estúpido y me dije: “¿Por qué tengo que esperar hasta el último momento, por qué sostengo lo insostenible, por qué no me rindo a lo que es y veo qué otra cosa puedo hacer?”. Fue un punto de inflexión crucial…
No es que no viera lo que sucedía, era que no quería aceptarlo y no me abría a otras posibilidades. Cuando lo hice la primera vez, fue increíble. Al dejar de negar y luchar, algunas cosas se acomodaron solas y surgieron alternativas para las otras. ¡Qué maravilla! La aceptación, la conciencia, la apertura, la capacidad de aprender y la confianza en que hay respuestas amables son procesos mucho más eficientes y poderosos que la lucha. Prueba.