¿Sales del placer negativo y movilizas tu potencial creativo?

Charlaba con un amigo acerca de los constantes dolores y problemas que había tenido durante toda su vida y me acordé de algo que descubrí cuando comencé a estudiar Terapia de Integración Cuerpo-Mente: el dolor como norma sensible.

Yo era un compendio de síntomas y enfermedades en ese entonces y me decidí a hacer la carrera porque me di cuenta de la manera feroz en que somatizaba.  Al poco tiempo, caí en cuenta de que, a nivel corporal, sentía dolor… o nada.  Si eliminaba la percepción de las tensiones, contracturas y malestares, no quedaba más que anestesia.  Casi no tenía registro de placer, comodidad o centración.

Vivía fuera de mí, llevada por los estímulos exteriores y los tormentos interiores, traducidos en dolores físicos y sufrimientos psicológicos.  Con el tiempo, descubrí que existía el “placer negativo”: cuando, en la infancia, no tenemos suficientes experiencias satisfactorias de gozo afirmativo derivamos esa corriente hacia el goce nocivo. 

De esta forma, oscilamos entre no sentir o sentir dolor.  Y multiplicamos (muy elaboradamente, diría) las ocasiones de experimentar circunstancias cada vez más restrictivas y sufridas, en una espiral creciente de complicaciones y padecimientos.  Esto alimenta la concepción de que todo es difícil y doloroso y nos da un beneficio interesante: somos héroes.

Muchos derivan su sentido de autoestima de su capacidad para luchar la vida y aguantar condiciones de tormento y dificultad, saliendo triunfantes sobre la adversidad.  Esto sustenta al Ego, que se cree carente y débil, y le proporciona un aura de virtud y éxito.

También, lo hace “especial”.  Sé mucho sobre esta tara, porque basé mucho de mis inconvenientes en sentir que era rara y distinta.  Todos lo somos en alguna medida (es nuestra marca característica), pero hacer hincapié en ello entorpece la existencia y moviliza defensas inútilmente.

Es tan insidioso el placer negativo que, cuando ya me había centrado en la paz, la conciencia y el disfrute, decía que ello me había costado horrores.  ¡Qué estupidez!  Seguía enganchada en la justificación del dolor como medida de la vida.

Es necesario liberarse de estas memorias infantiles y de estas nociones inculcadas por la sociedad y comenzar a experimentar un mundo amable, guiado por el Espíritu.  El cuerpo es el gran aliado, porque no se trata de construir mundos sutiles, ingrávidos y gentiles sino de anclar experiencias concretas de placer y plenitud en el mundo material.

Otro factor crucial es trascender la dualidad.  Cuando nos dividimos entre lo bueno y lo malo, el placer y el dolor, lo material y lo espiritual y el largo etcétera que ello implica, nos condenamos a desear huir de un polo y retener el otro sin éxito, porque uno está estrechamente vinculado al otro desde esta óptica.

El desapego de la polaridad para abrazar la Unidad nos brinda una mirada integral, que fortalece nuestra capacidad para aprender y crear.  Confío totalmente en este don que traemos, tanto que no caigo en victimizaciones mías o de otros.  Cuando alguien me cuenta sus historias pavorosas, las reinterpreto como oportunidades perdidas de aprendizajes, que pueden ser capitalizadas para afirmar un destino nuevo y empoderado (el que está en su potencial).

Es interesante que esto pueda parecer “frío”, como dijo mi amigo. Acostumbrados a la agitación y adrenalina del dolor y las complicaciones, la paz de una mirada desapegada puede parecer cruda y hasta aburrida, pero es lo mejor que puedo ofrecer: la certeza de que hay un enorme poder luminoso detrás del bullicio oscuro del Ego y de que es accesible a todos.  ¿La aceptarás y crearás tu mundo amoroso?  Te acompaño.