Hace muchos años, había entrado a un grupo de chikung. Yo estaba atravesando problemas con mi familia, todos con enfermedades serias, y no andaba con buen humor precisamente, además de que eso había incentivado mi necesidad de control. Un día, una compañera llega tarde, otra le abre la puerta y le saluda con voz fuerte y sin parar. En medio del silencio de la clase, le chisto para que se calle. Ella comienza a insultarme, con palabras hirientes.
Mi corazón latía a mil, sentía toda clase de emociones, pero no me di vuelta y no respondí. Cuando volví a casa, me puse a pensar porqué había sucedido eso. Concluí que yo había pasado a ser el chivo expiatorio (el otro se había ido hacía poco), estaba controlando demasiado, me había endurecido por mi situación familiar, además de otras actitudes personales: necesitaba calmarme, hacer cambios y pasarla mejor. En ningún momento, pensé en mi compañera, sino en qué me pasaba a mí.
Después de la clase, acostumbrábamos ir a un café y desayunar. En la siguiente, “casualmente”, ella se sentó enfrente y me trató como si nada hubiera ocurrido; a partir de allí, nos convertimos en amigas y jamás hablamos del tema. ¿Por qué cuento esto? Siguiendo la tónica de “los demás son tus espejos”, podría haberme perseguido con esa actitud agresiva y/o tenido problemas con ella.
No es una excusa.
Es cierto que los otros nos muestran aspectos que no podemos ver o que no deseamos enfrentar, pero encuentro que muchos utilizan esto para victimizarse. Enseguida, hallan pretextos para justificarse: “soy así porque mis padres no me cuidaban”, “la vida ha sido dura para mí”, “la gente es cruel”, etc.
No lo toman como una forma de conocerse, cambiar y buscar sus mejores potenciales, sino de quedarse en la queja, la inculpación propia y de otros, la lástima. La victimización constante es un mal endémico, tanto como el empoderamiento infinito. Son dos caras de una misma moneda: no podemos nada o podemos todo. Ni uno ni otro; podemos lo que tiene relación con quienes somos, no con modelos externos.

El otro no existe.
El siguiente error es disculpar o negar la competencia de los demás. Muchas veces, esto conduce a soportar actitudes o actos violentos, dañinos, persecutorios: “el otro me espeja, así que no tiene nada que ver”, “yo soy el culpable”, “yo tengo que quedarme hasta que aprenda”. ¡No! Cuanto más nociva sea la circunstancia, más lejos debemos irnos.
Quizás, debamos darnos cuenta de ciertos aspectos, pero eso no quiere decir que es necesario sufrir y tolerar comportamientos perjudiciales. Existen muchas personas que pueden enseñarnos desde parámetros cordiales y cuidadosos, mientras reconocen y exaltan nuestra resiliencia y virtudes (hablando de espejos, también tenemos esas cualidades, no solo las negativas). Está en nosotros buscar mejores mentores y apartarnos de los que nos usan para sacar su odio hacia sí mismos y hacia la vida.
Asume tu responsabilidad.
Tomé a mi compañera como un llamado de alerta y confié en que, una vez comprendido, la situación se disolvería y ella volvería a ser la persona afectuosa que era. Así sucedió. Pero no siempre funciona, sea porque todavía no tenemos el conocimiento y las herramientas adecuadas o porque el otro tampoco o no lo desea y está cómodo en ser el victimario. No hagas el papel de víctima entonces…
Si fuera cierto que todos estamos conectados y somos encargados de cómo está el mundo, ¿cuál es tu papel? ¿El de sufrido espectador, luchador incansable, víctima de los demás y del sistema? ¿El de creador responsable, actor consciente, innovador amable del porvenir? Elige.