El estigma de la salud mental.

No te exijas, comparte.

Estuve mirando un documental, llamado “Holocausto brasileño”, acerca de un manicomio en el que murieron unas 60.000 personas, de frío, de hambre, de soledad, abandonadas a su suerte, sin que les importaran a nadie.

Desde siempre y hasta aproximadamente los 80, era común deshacerse de los locos, los raros, los discapacitados físicos y mentales, los que molestaban, en esos lugares horrorosos.  O esconderlos en las casas, para que no los vieran los vecinos.  Eran una vergüenza o un estorbo.

Con el tiempo, se comenzó a aceptarlos y a tratar de ayudarlos.  Pero, esta noción subsiste, porque evitamos hablar de salud mental.  En muchos países, todavía se piensa que el que va al psicólogo está muy mal o loco.  Vivo en Argentina y aquí es  lo contrario: cuando alguien cuenta que no está bien, casi la primera opción es aconsejarle ir a terapia. Pero no es en todos lados, y además la mayoría no tiene el dinero para hacerlo. 

Estamos en una sociedad exitista.

En una cultura que pregona que hay que ser exitoso, fuerte, bello, delgado, rico, celebridad, y nos llena de ejemplos maravillosos, es muy difícil admitir que no se puede.

Desde hace unos años, están apareciendo famosos que cuentan sus ataques de pánico, sus depresiones, sus adicciones, sus padecimientos.  Ese es el precio de la perfección.  La exigencia es tanta que enferma y mata.

Y aun así, en nuestros pequeños munditos, los tenemos de referentes y nos demandamos ser mejores.  Conozco preciosas personas que me pregunto cómo están vivas, porque corren implicadas en mil cosas, y todavía sienten que les falta, que hay que hacer más, más, más.

Existe una epidemia de desvalorización. 

Cuando no logramos la cantidad de tareas y metas (irrealizables) que nos ponemos, nos sentimos desvalorizados, inadecuados, poco.  Estas personas, en lugar de reconocer y amar lo que son, se exigen ser otros, cumplir los modelos sociales, luchar, triunfar, tener, darles un futuro perfecto a los hijos… un futuro que no sabemos en qué terminará… mientras los descuidan y se descuidan.

La pandemia ha acelerado esto.  El miedo a la muerte, la soledad, la falta de vínculos, las pérdidas de todo tipo, han ocasionado estragos en la salud mental de muchos (ni hablar de los niños y los adolescentes).  La situación precipitó y expandió  los problemas que algunos ya traían y ocasionó otros en una población endeble. 

Para colmo, todo se presenta precario e incierto en los próximos años.  Hay personas que aguantan, callan, siguen como si nada pasara, otros implotan con adicciones o suicidios y otros explotan golpeando o matando.  Nadie está a salvo.

Somos seres humanos. 

Frágiles, emocionales, inseguros, variables, pasibles de dudas, enfermedades, manejos, golpes varios.  No podemos ser y hacer todo.  Esa es una manipulación engañosa para mantenernos corriendo detrás de zanahorias que no nos sirven. 

Esa fragilidad es también una fortaleza.  Al aceptar nuestros miedos y debilidades, hacemos posible bajarnos del ideal imposible, compartir las flaquezas, los cansancios y los temores, pedir ayuda. 

Asimismo, hace posible encontrar nuestros dones, fortalezas y cualidades, hallar nuestra manera de afrontar las circunstancias, llevar adelante nuestros aprendizajes, brindar nuestro aporte, descubrir la mejor forma de ser, hacer y tener según nuestro diseño, y colaborar con los demás.  Sin heroísmos inútiles, sin sufrimientos inútiles.  Sencillo, conectado, luminoso.  Te acompaño.

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4 comentarios

  1. En general a los hombres nos enseñan a no ser frágiles, ni comunicativos sobre nuestros sentimientos, ya que quedamos expuestos. Leer que la fragilidad es una fortaleza es difícil para ese paradigma plantado en nuestras mentes desde la infancia. Sin embargo la insatisfacción de la “incomprensión” (que nunca será resuelta porque al poco hablar, nadie ayudará a desatar ese nudo gordiano) demuestra que ese estilo de vida no es el más apropiado. El alma grita desde dentro, pero es difícil empezar a cambiar para no seguir pensando que debo ser fuerte. Necesitamos herramientas o guianza para aprender a ser frágiles, pero muchas veces el vertiginoso mundo laboral, social, sentimental da tan rápido la vuelta que no podemos pararnos a repensarnos.

    1. Excelente reflexión, Manuel! Así es, esta sociedad obliga a no parar, a correr como hámsters, para no darnos tiempo a repensarnos, como dices. Pero es necesario hacer esa pausa y así encontrar nuestro ritmo, nuestras metas, nuestras maneras. Y también es preciso pedir ayuda y dejarse guiar. Espero que puedas hacerlo en algún momento.
      Te mando un luminoso abrazo.

  2. Como sociedad hay varias deudas impagables y esta es una de ellas.
    Dejar a la deriva las realidades de la niñez vulnerable y en alto riesgo pasará la factura.
    Muchas de las consecuencias se están viendo ya en todo el mundo: soledad, depresión, ansiedad, trastornos diversos, suicidio, negligencia, abandono, mal trato.
    Hemos permitido que nos llenen de neceidades y de miedos creados.
    Nos saturamos de información y hemos creído la basura mediática.
    Entonces como ellos… viviremos juntos como locos sin posibilidad de recuperar la cordura.
    Cuál cordura?

    1. Estoy de acuerdo, Annabella. Estamos llenos de necesidades y miedos creados e inconscientes de la manipulación. La salud mental será cada vez más complicada de mantener. Es y será un asunto individual, porque no podemos esperar nada de las instituciones.
      Te mando un cariñoso abrazo.

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