La familia Ingalls en Navidad (no existe)

Sugerencias sobre el estrés de las Fiestas y lo que trae este tiempo.

Una paciente me comentaba los malabares que estaba haciendo para reunir a la enorme familia, sentarla en los lugares correctos, repartir equitativamente la comida que cada uno traería, pensar los regalos adecuados.  Era evidente que no quería asumir esa tarea y que muchos (incluida ella) no tenían ganas de encontrarse.  “¿Cuándo tu familia se transformó en los Ingalls de un momento para otro?” le pregunté.  Me miró perpleja y le recordé las divisiones que existían, lo poco que se veían en el año y la inutilidad de semejante despliegue en vistas de que eso no cambiaría después de las Fiestas.  Se quedó pensando y finalmente me dijo: “¡Qué interesante que nos hayas comparado con los Ingalls!  Nos la pasábamos mirando la serie deseando ser así, pero no pudimos, somos una familia normal, con los problemas normales”.  “Los Ingalls no existen, son como Papá Noel”, le contesté y se rió: “¡Ahora me doy cuenta!”.  ¿Cuándo todo se volvió tan estresante?  O mejor: ¿por qué nos dejamos atrapar por el consumismo y las obligaciones?

Estamos asistiendo a la complejidad de la vida moderna, con familias ensambladas o separadas, viviendo en distintos lugares o con una mentalidad distinta a la de antes; con la presión insoportable del consumismo; con extensos cambios en poco tiempo.  De alguna forma, queremos vivir como en 1880, idealizando una situación que tampoco fue idílica, pero que percibimos como mejor que la actual.  Sea cierto o no, solo podemos ser felices asumiendo la verdad de la realidad presente. 

No únicamente hay familias “normales”, hay personas solas, padres separados de sus hijos, gente sin trabajo o transitando enfermedades graves: las publicidades de la tele (con sus brillantes colores verdes y rojos, con sus sonrisas pulidas y falsas, con sus regalos caros, con sus familias perfectas) no incluyen a la mayoría y sin embargo nos reclamamos ser así.  Para colmo, las redes sociales se llenan de fotos, videos y deseos que demandan presencias que tal vez no estén, cantidades industriales de comida y bebida (para terminar llenos y borrachos como si eso fuera una meta valorable), obsequios que no podemos comprar, actitudes que no estamos sintiendo.

sol mano

 No te exijas.  No es el fin del mundo.  Son solo unas fiestas.  No estés tironeado para asistir a cada reunión de fin de año (se van a seguir viendo en el 2017… o no, como deba ser…).  El amor de tu hija o de tu hermano no cambiará ni se pone en juego porque pase las fiestas con otros o solo.  No debes gastar el dinero que no tienes ni simular una situación que no existe.  No estás obligado a cumplir con los modelos insanos de una sociedad enferma.  No eres un personaje en una publicidad.

Hazlo simple, sobrio, tranquilo.  Decide según tus posibilidades.  Acepta tu verdad y resuelve lo que te haga bien.  Paradójicamente, este diciembre viene a contramano de esta exigencia de reuniones y multitudes.  Tiende a la introspección, a reencontrarte, a trabajar con tu propia compasión y amabilidad (para luego proyectarla a los demás), a establecer límites, a reestructurar y ordenar, a ponerte primero.  Hazlo, atrévete. 

 Además del fin de año, el mundo cristiano celebra el nacimiento de Jesús: un acontecimiento íntimo, sencillo, mágico.  Creas o no, tómate un momento para reflexionar acerca de tu propio renacimiento, de cómo quieres ser y vivir, de cómo aceptarte y amarte, de cómo encarnar tu ser divino en este aquí y ahora.  Te acompaño siempre.

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