Una paciente joven está descubriendo a su padre. Siempre, lo había sentido como alguien cerrado, limitado, censor, exigente. Le temía y le costaba conversar con él. A raíz de trabajar ciertos aspectos suyos y de ver la dinámica de las relaciones familiares en terapia, se atrevió a comentarle algunas cosas que pensaba que él no aprobaría. Para su sorpresa, no solo no la criticó sino que le dijo cosas muy hermosas (“si eres feliz, no me importa lo que hagas”, por ejemplo). ¡¿Qué pasó?!
Dos cosas que no había reparado antes. Una es que su madre es quien maneja los intercambios emocionales en la familia. Esto es muy común y es un trato tácito que conviene a ambas partes: a los hombres porque les cuesta lo afectivo y a las mujeres porque tienen el poder. Ahora, mi paciente se da cuenta de que “tu padre dice o tu padre siente” es “yo digo o yo siento”; así puede seguir siendo la madre comprensiva mientras pone lo peor en boca del padre ogro.
Este tipo de acuerdo es muy perjudicial para todos: para los hombres porque nunca aprenden a relacionarse con la emocionalidad y su expresión; para las mujeres porque ese poder es ficticio y no desarrollan una buena base de comunicación y confianza familiar; para los hijos porque crecen sobre bases falsas, con imágenes paternas equivocadas. Es necesario que todos desarrollen lo auténtico y sincero entre ellos.
El otro tema es que ella se está conociendo, en sus luces y sombras, y está descubriendo potencialidades que la llevan por caminos mucho más conformes a su originalidad, lo que hace que todo se desarrolle más fluida y sencillamente. Debemos aceptar los miedos y ansiedades iniciales, con sus errores inevitables, mientras aprendemos nuevas actitudes. Pronto, las cosas se encauzan hacia un camino de verdad que conviene a cada uno.