Un recurso valioso: ¡editar! (haz lo necesario)

Aprendamos a manejar nuestra energía. Fluyamos graciosa y sencillamente.

Hace un tiempo, un paciente me estaba contando una situación con lujo de detalles, sin llegar a ninguna comprensión ni conclusión.  En un momento, lo detuve y le imploré: “¡edita!”.  Se rió mucho y se dio cuenta de que siempre hacía eso: se perdía en los pormenores y no veía lo básico ni su significado.

Una de las tareas de un editor es cortar, cortar y cortar, hasta que prevalezca el mensaje real del autor, en lugar de que se disipe en hechos irrelevantes o palabrería inútil.  Es una de las labores más difíciles que hay, sobre todo porque el escritor tiende a defender celosamente su obra.  Nosotros hacemos lo mismo.  Argumentamos frenéticamente: “yo hice esto porque… no sabía… no podía… no tenía… no alcanzaba… no…”.  ¡Cuánto cambiaría todo si simplemente dijéramos: “yo hice esto”!  Punto.  Responsabilidad pura.  Sin pretextos.

¿Editamos lo que deseamos?  Con una paciente, estábamos trabajando las metas para el próximo año.  Después de leerme un borrador con muchos objetivos, le pregunté: “¿te va a alcanzar el año para todo eso?”.  Tendemos a proponernos demasiados logros, idealizando nuestra capacidad… y el tiempo.  Así, terminamos yéndonos al otro extremo, abandonando todo.  Cada cosa en el principio es una semillita, que parece que no nos demanda mucho, pero luego va creciendo y sus raíces abarcan más de lo que creíamos.

El cambio ya está dentro de nosotros.  Si no nos dejamos cegar por la ambición del Ego y somos sinceros con ese “mar de fondo” que percibimos en el interior, con esas señales que nos alertan acerca de qué debemos transformar, es cuestión de seguirlas y dejar que ellas nos marquen el camino y las metas que tienen consonancia con él.

 

beso con luz

 

En otra cosa en la que sería bueno editar es en reconocer lo importante de lo superfluo.  Damos la misma prioridad a una tontería que olvidaremos enseguida que a algo fundamental, que tiene valor y sentido para nuestra vida.  Así, nos la pasamos renegando y enojándonos por minucias, deteriorando relaciones, trabajos y procesos necesarios.

Muchas personas parlotean sin cesar o tienen innumerables actividades, en un intento de acallar las voces internas, de no reconocer sus temores, sus dudas, sus vacíos, sus frustraciones.  Deberían editarse e ir hacia lo profundo, aceptando sus oscuridades y dejando brillar su luz.

 

Otra forma de observar esto es darnos cuenta de que se trata de un tema de proporciones.  Sobredimensionamos algo y, con ello, traemos el drama a nuestras vidas.  Lo que podría ser una maravillosa cualidad se transforma en un defecto porque el volumen es muy alto.  Es como escuchar música demasiado fuerte: distorsiona el sonido.  El deseo de cambio se convierte en rebeldía sin sentido; la firmeza en rigidez; el servicio en martirio; la alegría en diversión vacía; la espontaneidad en reacción tonta; el valor en temeridad; la compañía en apego, etc.

¿Qué cantidad es necesaria para esa acción, para esa persona, para ese momento?  Hagamos lo justo y nada más.  Aprendamos a manejar nuestra energía.  Fluyamos graciosa y sencillamente.

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